La compasión es una habilidad que sirve, por un lado, para identificar el origen de una limitación emocional, física o espiritual que produce malestar en uno mismo o en el prójimo, y por otro, para responder con un comportamiento que mitigue en cierta forma ese sufrimiento.
Por tanto tiene tres dimensiones: una emocional (te siento), una cognitiva (te comprendo) y una motivacional (te ayudo). En occidente se tiende a asociar la compasión simplemente con la empatía hacia situaciones relacionadas con el dolor ajeno. Sin embargo la compasión es también una forma de identificar, aceptar y perdonar la naturaleza de nuestros errores, y fortalecer la confianza y el compromiso con una transformación personal.
Es una forma de purgar nuestro espíritu y soltar la culpabilidad y el malestar vinculados a un comportamiento o a una decisión pasada que facilita no tener que seguir arrastrando un dolor innecesario. Somos la única especie que tiene una enfermiza tendencia a reproducir mentalmente una y otra vez situaciones dolorosas. A este fenómeno se le denomina “rumiar” pensamientos. Las mujeres tienen una tendencia más pronunciada hacia este tipo de hábitos mentales, lo que las hace estadísticamente más vulnerables a la depresión. En este aspecto es importantísimo tener una idea bien clara: nuestro cerebro no distingue entre la realidad y la ficción. No es posible distinguir si la actividad de un cerebro se vincula a una situación en la vida real, o una recreación mental del mismo evento. La actividad eléctrica en el cerebro es básicamente la misma y la segregación hormonal idéntica. Por tanto los bucles de pensamiento conectados a situaciones dolorosas nos producen exactamente el mismo malestar que la experiencia en origen.
Es importante es este punto realizar un apunte en este sentido. Una gran número de adicciones se asocian a emociones específicas. Es posible por ejemplo ser adicto al sufrimiento. Para ello sólo tenemos que hacer uso de pensamientos asociados con el miedo, la escasez, la tristeza, la desconexión o el odio a uno mismo o a los demás. Mucho cuidado con la sutilidad hacia estas dependencias. Revisa con mucho ojo tus pensamientos automáticos.
La evolución nos ha dotado de un cerebro con un sotifisticado sistema para mimetizar los sentimientos que vemos experimentar a otros. Este fenómeno de espejo nos ayuda a conectar con los demás e identificar sus necesidades. Hay que tener mucho cuidado de no confundir la compasión con el control. ¿Cómo diferenciarlos? En el control la ayuda se produce con el propósito de que el otro me necesite, me valore, o bien para evitar tomar responsabilidad y consciencia de mis propias necesidades. Se trata de una forma de manipulación en lugar de un vehículo para el amor.
La compasión es una fuerza tremendamente poderosa. Genera bienestar tanto cuando se proyecta hacia los demás, como cuando se autoadministra. En uno de los estudios de neurociencia más importantes que se han realizado hasta el momento –en diversos laboratorios en Madison, Wisconsin, Princeton, Harvard, Berkeley, y ahora en Zurich y Austria– se detectó que la mayor sensación de bienestar y felicidad registrada se asocia a la actividad cerebral en el lóbulo frontal derecho cuando se realiza una meditación asociada a la compasión. Esta práctica por tanto es el elixir definitivo de la felicidad ¿Entonces por qué no la practicamos más?
Creo que tiene que ver con el potente mensaje que tanto los medios de comunicación como la publicidad nos repiten reiterativamente. Por un lado los anuncios no paran de incidir en la misma idea: no eres lo suficiente. Cuando tengas ese coche, te ligues a esa chica, uses ese perfume…serás y tendrás lo necesario para ser feliz. Evidentemente nuestras necesidades se vinculan más a lo interno que a lo externo, pero compramos esta ilusión para evitar enfrentarnos a un trabajo personal que sería mucho más incómodo.
¿Qué hay de los medios de comunicación? El núcleo de su propaganda siempre ha estado en la misma idea: estás en peligro…el mundo es un lugar peligroso. Si nos dejamos influenciar y sugestionar por estas ideas viviremos conectados a un estrés que se cronificará a lo largo de nuestras vidas. En este contexto se conectan nuestros instintos primarios donde nuestra propia supervivencia prevalece sobre la del bien común.
Ya decía Göbbels que si repites una mentira mil veces se convierte en una verdad. Este es el mayor engaño jamás perpetrado. Si miras las estadística todos los principales indicadores muestran que el mundo progresa satisfactoriamente. ¿No me crees? Te dejo un poco de ciencia y un poco de estadística al respecto pinchando aquí.
Esta es la trampa. El único “peligro” que existe hoy en día es que despertemos de esta ilusión y vivamos todos como hermanos. No es comunismo, es cultivar y potenciar nuestro instinto por compartir y conectar con el prójimo. Ya lo hacemos cada día en otra escala y sabemos de buena tinta que se siente de maravilla.
En otro estudio se demostró que ver actos compasivos en el prójimo nos motiva a proceder de igual forma. La psicología positiva ha comprobado que introducir actos de generosidad espontánea de forma recurrente en nuestras vidas incrementa de forma sustancial nuestro grado de felicidad. Dar sin esperar nada a cambio, y quizá sin que siquiera se conozca la titularidad de estos gestos, refuerza nuestra autoestima y da cierto sentido y propósito a la vida.
La ingente cantidad de impactos asociados al sufrimiento ajeno ha insensibilizado y en cierta medida creo que atrofiado nuestra capacidad no solo para sentir, sino para actuar por los demás. Creo que existe una disociación entre las imágenes que vemos y el sentimiento que nos producen. Quizá sea una estrategia de supervivencia emocional. Tal vez el estrés de nuevo.
Conviene recordar por tanto el inmenso poder que tienen los medios de comunicación. Las creencias son el verdadero núcleo de control de la población. Esto no es nuevo, pero conviene recordarlo. En lo que a mí respecta desde hace muchísimo tiempo ni leo ni veo absolutamente ningún medio de comunicación. Tomé consciencia y la firme decisión de no alimentar mis días ni con miedo ni con odio.
No estás en peligro. No necesitas nada. Ya eres un ser completo. En todo caso necesitas soltar un poco de lastre para que tu conciencia alce el vuelo. Perdona. Perdónate. Es el gesto más práctico que existe. Y ahora ya lo sabes, la compasión es el verdadero secreto.