Acupuntura Social

Pequeños cambios, grandes transformaciones.

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Mi revolución II

Hay momentos que lo cambian todo. Para mí uno de ellos fue la primera vez que se leían en voz alta los patrones de codependencia en mi primera reunión de CoDA. Había llegado por casualidad. Yo era feliz. No estaba sufriendo. No había tocado fondo. Y eso, precisamente eso, hace que este proceso aún sea más especial para mí.

Me identifiqué con varios patrones. Pero la lectura de las características de los patrones de control tambalearon mi conciencia:

“Los codependientes creen que la mayoría de las personas son incapaces de cuidarse. Tratan de convencer a los demás de lo que deben pensar, hacer y sentir. Ofrecen consejos y guía sin que nadie se los pida. Se resienten cuando los demás rechazan su ayuda o consejos. Despilfarran en regalos y favores para las personas sobre las que desean influir. Usan el sexo para obtener aprobación y aceptación. Tienen que sentirse necesitados para tener una relación con los demás. Exigen que los demás satisfagan sus necesidades. Utilizan el encanto y el carisma para convencer a los demás de su capacidad de ser cariñosos y compasivos. Usan la culpa y la vergüenza para explotar emocionalmente a otras personas. Se niegan a colaborar con otros, hacer compromisos o negociaciones. Adoptan una actitud de indiferencia, impotencia, autoridad o rabia para manipular. Usan jerga de recuperación en un intento de controlar la conducta de los demás. Fingen estar de acuerdo con los demás para obtener lo que desean.”

Releo y siento de nuevo ese escalofrío que subió por mi espalda. No tenía ni un atisbo de duda: soy un controlador. ¿Y ahora qué?, ¿Por qué y para qué controlo?.

Como la gran mayoría de los trastornos emocionales y la mayor parte de la disfuncionalidad en mi vida parten del mismo punto: la falta de amor. He desarrollado estrategias que tienen un único objetivo…que me quieran. Si deposito en los demás el poder para sentirme querido básicamente dejo de ser libre.

Mi bienestar proviene en gran medida de la calidad de las relaciones emocionales que tengo con los demás. El único problema es que si no tengo una relación sana conmigo mismo, cualquier relación que trate de establecer con los demás, estará condicionada con esa circunstancia. Esta falta de responsabilidad proyectará mis carencias en los demás. Precisamente esta fraternidad se llama Codependientes anónimos, y no Dependendientes Anónimos, porque que yo no me haga responsable de mí mismo, no solo me genera una dependencia a los demás, además fuerza a otros a ser responsables de lo que yo soy incapaz de gestionar, por tanto es una forma de violencia. Ahí precisamente empieza la disfuncionalidad.

He aprendido en este proceso que el sufrimiento en gran medida viene ligado a hacernos responsables de algo más que nosotros mismos. Si nos centramos en nuestros comportamientos y nuestros sentimientos, todo fluye. No es egoísmo, es amor. Si cultivo un estado de serenidad, aceptación, compasión, gratitud y amor hacia mí, esto es lo que tengo que ofrecer a los demás. Somo espejos. Estamos diseñados así.

Acabo de compartir mi primer paso del programa con mi padrino hace unos días. El primer contacto con este proceso de introspección tiene que ver precisamente con el control. En él “admitimos que éramos impotentes y que nuestra vida se había vuelto ingobernable”.

No ha sido fácil para mí ya que la autosuficiencia ha sido una de las características principales de mi carácter. Admitir que no puedo gestionar yo solo mis defectos de carácter ha sido la primera lección de humildad necesaria hacia mi transformación.

He aprendido mucho escribiendo mi primer paso. Me he dado cuenta de cómo, por qué y para qué trato de controlar a los demás. ¿Cómo controlo? Hay varias formas. Uso mi capacidad  dialéctica,  mi inteligencia y mi cultura para tratar de imponer a los demás mis ideas. Si me paro a pensar quizá haya escogido dedicarme al marketing y a la comunicación por la capacidad de manipulación e influencia que me daban sobre el resto.

También he intentado cuidar a los demás para hacerles dependientes de mí. He buscado en ocasiones parejas a las que creía poder ayudar, mujeres a las que entendía que necesitaban ser salvadas. He usado el aprecio “condicional” por el cual si no se adoptan mis consejos u opiniones proyectaba que la otra persona no iba a ser digna de mi cariño.

Me envuelvo de arrogancia y autosuficiencia para marcar una distancia y controlar que la gente no pueda ver mis inseguridades, mi falta de autoestima, mi pereza, y mi miedo al rechazo. Controlo el evitar conectar con sensaciones de angustia, culpabilidad, vergüenza, vacío y aburrimiento usando distintos tipos de adicciones o desconexiones. Congelo mis sentimientos y no me permito sentir emociones que me generan malestar.

¿Por qué controlo? Creo que tiene que ver con la creencia de que no soy lo suficiente. ¿Para qué controlo? Para evitar la vergüenza de que descubran lo que realmente creo que soy.

Ahora empiezo a sentir que no hay nada que temer. Me doy cuenta de que lo que soy es perfecto tal y como es. Que no tengo que ser, ni tengo que hacer absolutamente nada para tener valor. Lo que soy es ya, ahora, algo precioso.

En la fraternidad a este proceso se le llama la rendición. Creo que se denomina así porque se abandona la lucha interior en la que me castigo por mis defectos de carácter; acepto que no tengo el control sobre lo que acontece en mi vida.

Este es un proceso por el que estoy dejando atrás todo lo que no soy. Estoy adquiriendo unas herramientas tremendamente útiles que me están permitiendo percibir lo que realmente soy: un ser libre e importante.

Hay una palabra que tengo muy presente ahora: dignidad. Me he dado cuenta de que si trato de controlar a los demás no les concedo la dignidad de que se hagan responsables de sí mismos.

Este es un proceso que he emprendido con la ayuda de un colectivo que ha adquirido ese mismo compromiso. Me he embarcado en un viaje en el que otras personas que han logrado transformarse y adquirir esas herramientas comparten lo que les funciona. Es un camino donde se me permite sentir y compartir las victorias y las derrotas diarias en un entorno seguro que me recuerda que cada día se puede entender como el triunfo de toda una vida.

Soy Javier, y soy codependiente.

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