El dolor es una forma de sanación espiritual donde se acepta una pérdida o la necesidad de transformación de algo que nos concierne.

El sufrimiento es un mecanismo disfuncional mediante el que adoptamos acciones que sabemos consciente o inconscientemente (negación) que nos van a conectar con el malestar, pero que nos son útiles para eludir el dolor relativo a un aspecto de nuestra realidad que elegimos no aceptar.

A continuación voy a poner un ejemplo para tratar de aclarar la diferencia entre ambos conceptos. Supongamos que tengo una adicción a la comida. Yo utilizo esta herramienta para castigarme y sufrir, muy probablemente porque no quiero aceptar el dolor que siento por el vacío de no sentirme digno de ser amado. Es el bloqueo que evita  trascender que esto es una mentira que me cuento para no enfrentarme al miedo que siento al exponerme, y atreverme a que me vean tal y como soy. Uso la comida porque ayuda a mi miedo a protegerse

Casi todas las adicciones operan del mismo modo, son siempre herramientas del miedo que en mayor o menor medida nos generan culpabilidad y una desconexión emocional que permiten eludir el dolor existencial,  y  nos facilitan chutes instantáneos de bienestar hedónico.

La desconexión de nuestras emociones tiene un altísimo precio en nuestra sociedad. Se trata de toda una norma que nos amputa nuestra capacidad de comprender, empatizar y conectarnos a los demás a un nivel más profundo. Sin este nivel de comunión, sentimos un profundo vacío espiritual que de nuevo nos mete en el mismo círculo vicioso donde buscamos sucedáneos express para llenar este sinsentido.

La adicción y la dependencia a la tecnología es la gran pandemia contemporánea. Nos crea una ilusión de hiperconectividad donde se nutre la sensación de aprobación, de afecto, de atención, de reconocimiento inmediato, muy parecido al amor, que estimula nuestros centros de placer, pero sin la profundidad suficiente como para generar un valor existencial relevante (ya que en el fondo sabemos que no podemos contar de verdad con esas personas).

Se trata de un peligro porque se convierte en una adicción en forma de sucedáneo barato, pero hormonalmente efectivo, de una importantísima necesidad humana. Se trata de un súper sofisticafo placebo, de un espacio colectivo de autoengaño.

Nos han convencido para elegir multiplicar exponencialmente la relaciones sociales superficiales que copan toda nuestra atención y nuestro tiempo, limitando drásticamente nuestra capacidad para profundizar en las relaciones interpersonales en la vida analógica. Tengo tantos objetos de distracción que alimentan mi ego, que me hacen muy complicado estar presente y concentrarme en la persona que tengo frente a mi.

No tengo tiempo para aceptar y amar de verdad a un gran número de personas. Abrirse, dejarse ver, aceptar a alguien tal y como es, dedicarle tiempo y presencia, es una tarea que requiere de una gran energía. Personalmente he elegido tener un círculo de afecto reducido. He tomado la decisión de desengancharme de este sistema de recompensa que tenía con las redes sociales, que en mayor medida me traía más sufrimiento que otra cosa.

Ahora estoy aprendiendo a aceptar el dolor cuando viene. No juzgarlo, observarlo, entenderlo, y en la medida de lo posible trascenderlo. Lo más curioso es que cuando mayor aceptación y celebración del dolor experimento,  menos tiempo se tarda en que pase de largo.