Recientemente mi terapeuta me ha regalado unas herramientas tremendamente útiles para estructurar las bases de las relaciones sanas con uno mismo y con los demás. El pilar central de las mismas es el deseo sincero de un constante crecimiento personal en un marco libre de juicio. Para ello se han de delimitar tres aspectos: los compromisos, los límites y las consecuencias.
Los compromisos son decisiones conscientes que se toman libremente con objeto de alcanzar un objetivo, ya sea común, o en el ámbito personal. Se trata de un acuerdo vinculado con una necesidad personal, de un tercero, o de un colectivo por el que se asume una responsabilidad concreta. En el terreno del desarrollo personal los compromisos se relacionan con la transformación de comportamientos limitantes que bloquean o esconden la raíz emocional de nuestros miedos o insatisfacciones vitales.
Los límites son una forma de amor propio donde se define un marco de seguridad que establecemos para que se respeten nuestras necesidades, y donde a su vez nosotros respetamos la necesidades de los demás. Es un espacio que garantiza que podremos ser nosotros mismos libremente sin que exista ninguna forma de violencia. En muchas ocasiones el conflicto surge cuando no se han reflexionado, compartido ni consensuado los límites de cada parte. En esos casos no es que no existan los límites, sino que se establecen de forma tácita en base a nuestras creencias, que por lo general encierran muchos matices.
La consecuencias son acuerdos vinculadas con los compromisos para re-establecer el respeto y la confianza y reforzar la decisión que hemos tomado cuando no hemos logrado cumplir los objetivos que nos hemos marcado. Cuando se rompe un acuerdo al que se ha llegado con uno mismo, la consecuencia es un recordatorio, un recurso del que hacemos uso para enviar un mensaje que reafirma la voluntad por la transformación del comportamiento específico. Todo esto puede parecer confuso, al menos a mi me lo pareció. Voy a describir algún ejemplo específico para poder aclarar un poco las cosas:
Pongamos que tengo un impulso recurrente de consumir chocolate cuando conecto con emociones tales como la sensación de fracaso, la vergüenza, el aburrimiento o la soledad. Estoy utilizando un elemento externo que va a contraestimular mi centro de placer para poder escapar de esas emociones. Llego a una decisión consciente de que el chocolate, no solo es malo para mi salud, sino que comerlo me hace sentir culpable y limita mi crecimiento personal al desconectarme de mí mismo. En ese contexto asumo el compromiso de no comer chocolate en un período de tiempo. Es importante en este punto ser sincero y evaluar correctamente mi grado de adicción. Cuanto mayor es, menor ha de ser el tiempo para el que aceptamos ese compromiso. Es esencial que nos sintamos capaces de conquistar nuestro objetivo; de hecho, lograrlo facilita el éxito de las siguientes metas. Esto no es más que una forma de “hackear” nuestro cerebro. De este fenómeno proviene la afamada frase de la asociación Alcohólicos Anónimos adoptada por todos los programas de doce pasos “Solo por hoy”.
Cuando asumimos el compromiso también tenemos que definir una consecuencia en caso de romper nuestro acuerdo. Pongamos que hemos establecido que no vamos a comer chocolate en el próximo mes. ¿Qué pasa si rompemos el compromiso? Es bien cierto que ya existe una consecuencia inherente al haber roto nuestro propósito, ya que evidentemente no nos vamos a sentir muy bien. A pesar de ello, conviene establecer una pauta que refuerce la idea de que el compromiso sigue en pie, y que no proseguir con el plan conlleva “daños colaterales”. ¿Qué tipo de consecuencias? En mi caso, por ejemplo, una de las consecuencias que he establecido al romper alguno de mis acuerdos es no poder oír música durante una semana. En otros casos puede ser una consecuencia económica. Todo vale. La mejor forma de validar que realmente nos va a ser de utilidad es nuestra resistencia a la hora de adoptarla.
No se trata de un castigo, es en gran medida una forma de contrarrestar los efectos negativos de los llamados pensamientos permisivos. Este tipo de esquemas mentales son estructuras de pensamiento donde se licita la idea de que, de forma “excepcional”, se va a romper “puntualmente” el compromiso dado el contexto que se nos presenta. Por ejemplo cuando tengo una pelea con mi pareja, o he tenido un día de trabajo durísimo, o pienso que es mejor empezar la semana que viene. Son expresiones del ego que se defiende ante la ruptura de sus estrategias de recompensa. Si tenemos definida una contraofensiva para el ego nos resulta más fácil salvaguardar el verdadero propósito que quedó definido mediante el compromiso.
Si experimentas un contexto en que se rompen constantemente los acuerdos definidos con otras personas, probablemente no hayas pactado de forma específica las consecuencias al incumplirlo. Es una forma, por tanto, de dar libertad pero, a la vez, dejar claro que si no se responde como se ha acordado se tendrá que asumir una serie de efectos prácticos y emocionales.
Es tan sencillo que parece absurdo. Prueba a definir compromisos, límites y consecuencias con tu familia, con tu pareja, con tus compañeros de trabajo, y, sobre todo, contigo mismo. Te aseguro que funciona de maravilla.