Acupuntura Social

Pequeños cambios, grandes transformaciones.

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Vulnerabilidad

Este año he tenido una auténtica revelación. He descubierto que gran parte de mi sufrimiento proviene del sentimiento de no encajar en mi propia idea de perfección. Este excepcional momento se produjo mientras admiraba la belleza de un imponente bosque en pleno otoño. La mayor fuente de belleza que he encontrado es la propia naturaleza. Mientras observaba la armonía de este escenario me di cuenta de que no era preciso que todos los árboles tuvieran una estructura concreta. No era importante que los troncos estuvieran especialmente rectos, ni fueran especialmente altos. Todos y cada uno de ellos eran perfectos a su manera como parte un todo llamado bosque. Incluso los que habían caído al suelo tenían un propósito y alimentaban el suelo que pronto arroparía nueva vida.

Hemos construido muchas creencias colectivas que no son más que la ilusión de que la perfección es posible o deseable a nivel personal. Este es el caldo de cultivo que está generando la mayor pandemia de falta de amor propio que haya existido hasta el momento. Este marco de referencia define un modelo físico, material y emocional que delimita lo que se supone que debería ser. Si no encajo es que no soy lo suficiente, o bien, lo que soy no debe de estar bien. Esta sensación en última instancia degenera en la necesidad de desconectar por medio de distintas adicciones de la sensación de vacío y vergüenza que siento al experimentar que no soy lo suficiente y que me van a rechazar por ello.

En lo que nunca había reparado es que si uso alguna sustancia o conducta para anestesiar las emociones con las que no deseo conectar, por extensión bloqueo el resto de las emociones, entre ellas todas las que me pueden facilitar el bienestar. Las adicciones no inmovilizan emociones de forma selectiva. En este saco no olvidemos incluir toda la química legal que se prescribe en la psiquiatría y para la que parece ser suficiente el cese del sufrimiento en lugar de anhelar la plenitud del individuo.

Toda forma de dependencia química o emocional generalmente lleva consigo un profundo sentimiento de culpa. En el fondo tengo claro que estoy atentando contra mi propia integridad.  Esta última es una poderosa palabra. Hace pocos días escuchaba a la investigadora Brené Brown compartir su propia definición tras su desacuerdo con las existentes. Para ella la integridad se reduce a elegir la el coraje frente al confort, a escoger lo correcto en lugar de lo que es más fácil, rápido o divertido para mi. Tiene que ver con la importancia de poner en práctica mis valores por encima de únicamente profesarlos. En pocas palabras vivir una vida de ejemplo donde no hay espacio para el juicio, ni a uno mismo, ni a los demás.  Lincoln dijo que la disciplina es elegir entre lo que quieres ahora, y lo que de verdad quieres.

¿Para qué estamos aquí? Creo que sin duda parte del sentido de la vida se relaciona con conectar con uno mismo y con los demás. En el proceso de evaluación y crecimiento personal en el que estoy inmerso me he dado cuenta de que la mejor forma de conectar es aceptando, compartiendo y celebrando mi  vulnerabilidad. Crea un espacio de confianza, tolerancia y admite que las limitaciones son inherentes a mi propia naturaleza. Cuando dejo de pretender ser lo que debería ser y me permito ser lo que soy. Es aquí donde empieza el verdadero amor propio.

Estoy tumbando muchos mitos. Toda mi vida he adoptado la certeza de que la vulnerabilidad era un signo de debilidad. Ahora me doy cuenta de que es el mayor síntoma de fortaleza.

Por fin estoy empezando a dejarme ver, con mis limitaciones, con mis miedos y con mis defectos. Lo que soy se esconde detrás de todas mis capas de autosuficiencia. Estoy muy lejos de ser perfecto. Ahora comprendo que no hay ningún problema en ello sino todo lo contrario. Esto requiere coraje, del latín cor, corazón. Para ser uno mismo se requiere mucho corazón.

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