Hace poco hablaba del contexto, de los precursores, y de los principios intelectuales que dieron origen a la psicología positiva.

En el marco de esta disciplina, y con objeto de entender los comportamientos esenciales de las parejas que perduran en el tiempo, John Gottman and Robert Levenson (Berkeley) comenzaron un brillante estudio en 1983.

Con una entrevista de 10 minutos grabada en su laboratorio fueron capaces de predecir las parejas que acabarían en divorcio en la siguiente década con un acierto de nada más y nada menos que del 92 %.

En las dinámicas simplemente se incitó a las parejas a hablar de las preocupaciones a la que estaban haciendo frente en su día a día, así como de sus conflictos dentro de la pareja.

En los 10 años siguientes realizaron un seguimiento de las relaciones donde se pudo comprobar que efectivamente existían cuatro comportamientos que inequívocamente predecían el fracaso de la relación. Con cierta ironía los llamaron “Los cuatro jinetes del apocalipsis”.

El primer comportamiento es el de la superioridad o desprecio. Este factor se relaciona con expresiones verbales y gestuales que hacen ver que el compañero no es lo suficiente. En uno de los miembros de la pareja se establece por tanto un rol de superioridad que condiciona la dinámica de comunicación en la convivencia. Puede relacionarse con motivos económicos, intelectuales, sensibilidad emocional o de cualquier otro tipo. Es un contexto en el que no se dignifica ni valora al miembro que queda en posición de inferioridad.

El segundo comportamiento tiene que ver con una inercia hacia la crítica en la dinámica de pareja. En lugar de tener un espíritu de colaboración, existe una tendencia a quejarse, a culpar, y a responsabilizar al otro de los problemas.

El tercer aspecto tiene que ver con la tendencia a “defenderse” ante las opiniones o las críticas. Frente a una actitud de comprensión y escucha activa en relación a lo que lo que la pareja intenta comunicar, el mensaje se entiende como un “ataque” personal al que se responde por medio de un reproche u otra crítica a un comportamiento del miembro que ha comenzado la interacción.

La última característica es la rigidez : es una actitud que predomina en los hombres y tiene que ver con negarse o “cerrarse” a la hora de buscar soluciones a los conflictos que se dan en la pareja. Llamaron a esta característica “Stonewallen” o muro de piedra.

Las parejas donde era posible identificar estos cuatro comportamientos estaban condenadas al fracaso.

Me parecen muy interesantes los resultados de este estudio. A nivel personal me gustaría contarte algunos de mis recientes descubrimientos. Por un lado me he dado cuenta de que me he pasado gran parte de mi vida adoptando  el rol de superioridad. Tenía más que ver con una falta de autoestima que disfrazaba de autosuficiencia y capacidad intelectual. Detrás había miedo al rechazo y al abandono.

Además he utilizado la dialéctica y el control  para manipular y convencer a mis parejas de lo que debían ser, lo que debían sentir, o lo que debían hacer. He estado más centrado en hablar que en escuchar y en entender.

Es evidente que este no es el camino. Cuando hay amor  poco importa quién tiene razón . He entendido, lamentablemente hace no mucho, que tiene mayor importancia cómo se siente en todo momento la persona que amo. Mi anterior tendencia solo me llevaba a que ellas se sintieran frustradas e incomprendidas. Tenía la sensación de que “ganaba” , cuando en realidad perdía una oportunidad para el entendimiento y el acercamiento emocional . Darse cuenta de esto es duro.

Este comportamiento es de nuevo una manifestación de violencia y de separación. Cuanta más proximidad emocional, empatía y amor propio, menos necesidad de imponer y controlar al otro.

Y de nuevo volvemos a la autoestima. Aprender a quererme y aceptarme tal y como soy  es el principio para que pueda tener una relación sana, ya sea en pareja, con la familia, de amistad, profesional o de cualquier otro índole.

En la actualidad por primera vez estoy aproximándome al amor en pareja desde un ángulo totalmente distinto. Me he dado cuenta de que el amor es vulnerabilidad. Puedo ser yo mismo, con mis virtudes y mis defectos. Con esta premisa se crea un clima de sinceridad, apoyo incondicional, lealtad y, en general, de amor, que alimenta la relación. Se expresan necesidades y se definen límites. Hay también espacio para el error, ya que nos permitimos ser humanos y equivocarnos. Se aceptan los conflictos como parte de la evolución de la pareja.  Pero el propósito es crecer juntos, ser libres y aún así decidir compartir nuestra vida no por necesidad, sino por buena voluntad.

Hay un dicho que me encanta: “¿Qué prefieres, tener razón, o ser feliz?” Cuando me importa más tener razón que ser feliz, ahora entiendo que lo que de verdad necesito es sentir que lo que soy y lo que pienso tiene valor. Si esa valoración proviene de lo piensan otros, estoy entregando mi poder y mi libertad. Esto no es más que una manifestación de mi falta de aprobación.

Por otro lado, cuando pensaba en “relaciones” me pasaba algo parecido a lo que  sentía cuando hablaba de “amor”. Mi inercia era asociarlo a las relaciones íntimas. Estoy transformando esta dinámica. Ahora el amor empieza con la relación que tengo con mi persona. Cuando tengo una relación sana conmigo , el amor fluye a partir de ahí.

Creo que los mismos principios que se describen en la investigación de Gottmany Robert Levenson, pueden funcionar para absolutamente cualquier relación. Creo que estas inferencias se pueden trasladar a cualquier interacción social.

Esto me ha hecho reflexionar mucho en otros aspectos de la sociedad, como por ejemplo,  la política. Si analizamos la dinámica de la  relacionan entre los partidos políticos, creo que se rigen por unos comportamientos y unos hábitos que no son precisamente sanos . Se cumplen a raja tabla todos los patrones disfuncionales del estudio. A nivel individual, uno se identifica con las personas que defienden sus ideales, y se aceptan y asumen los roles tóxicos por extensión que generan separación en el conjunto de la sociedad. Otro  problema en este sentido es la superioridad vinculada a los privilegios de la clase política.

Si lo pienso, toda la violencia que veo en este ámbito tiene poco o ningún sentido. Al margen de nuestras ideologías, todos nos dedicamos a velar por nuestros intereses. Los que más tienen, protegen su estatus; los que menos, anhelan tener más.  No hay nada extraño en ello. El problema surge de un contexto en el que dos ideologías tan polarizadas no encuentran un punto en el que entenderse. Ese punto se llama  bien común. Para nutrir este punto de encuentro en el que se construye, en el que no hace falta hacer uso de la violencia, en el que convivimos en armonía y nos relacionamos con amor, los cuatro jinetes del apocalipsis se han de desterrar de nuestra sociedad. Además creo que una fuente de consenso siempre  es el propio comportamiento. Cuanta más sintonía exista entre lo que pienso y lo que hago, mayor grado de credibilidad tendrá mi discurso. Predicar con el ejemplo siempre es la mejor herramienta.

Hay quien dirá que es una utopía. Creo que es nuestra evolución natural. Es difícil. Como lo es tener una relación sana con una madre, con un hermano, con un amigo, con un jefe, con un colega de trabajo, con una pareja, con un desconocido, y sobre todo, con uno mismo.

Creo que en una sociedad construida sobre ilusiones, sobre cuentos de príncipes y princesas, sobre finales felices de película que suelen ahorrarse el esfuerzo que conlleva que las cosas ocurran, se ha olvidado que la dificultad precisamente es lo que nos hace crecer. A mayor dificultad, mayor recompensa.

Oigo constantemente “si, pero es muy difícil”. El “pero” anula la potencialidad de la premisa anterior. Dejémonos de peros. Dejémosnos de excusas. Si no, estaremos asumiendo la dificultad como un elemento disuasorio, a pesar de la importancia que pueda tener el cambio. Me he dado cuenta de que la complicación que entraña transformarse, tiene que ver en gran medida con la actitud que tengo hacia el cambio.  Si mi determinación es clara, en mi cabeza se generan una serie de cambios hormonales y fisiológicos que facilitan mi proceso de aprendizaje. M. Scott Peck decía que la pereza es el pecado original en el hombre. No puedo estar más de acuerdo.

Para mí la confianza en un premio como el de vivir en una sociedad sana y basada en el amor es suficiente como para comprometerme a ser un poco mejor cada día. Sin prisa. Sin pausa..