Recientemente me he dado cuenta de la diferencia entre saber y comprender. Creo que saber tiene que ver con ser consciente de algo que antes desconocía. Comprender sin embargo para mi implica una respuesta ante esta toma de consciencia.  Se trata de una transformación necesaria para ser coherente con el nuevo conocimiento que he adquirido.

En los últimos meses he comprendido varias cosas que ya sabía. La más reciente tiene que ver con la diferencia entre el mundo espiritual y el mundo emocional.

Las emociones tienen que ver con procesos tanto conscientes, como inconscientes. Los pensamientos son el origen de toda emoción. A su vez estos se articulan a través de nuestras base de creencias. Estas se vertebran a través de varios componentes. Entre ellos: lo que hemos visto y hemos oído repetidamente a lo largo de nuestro infancia y desarrollo (con especial relevancia del comportamiento de nuestros padres, entre ellos, y con nosotros), los acontecimientos de intensa carga emocional en nuestro vida (situaciones traumáticas, muertes, enfermedades, comportamientos violentos etc…) y por último la carga genética que heredamos. En lo relativo a este último aspecto, la ciencia no tiene muy claro hasta qué punto la carga genética condiciona nuestra base de creencias. Hay quien opina que es un 5%, otros un 50 %. Personalmente creo que no tiene mucho sentido delimitar hasta que punto nos condiciona este aspecto. Creo que la genética es una aspecto relevante, ya que considero posible que a nivel celular se puede transferir una inercia hormonal que proviene de sentimientos cronificados en nuestros antecesores.

A diferencia de las emociones, la espiritualidad poco o más bien nada tiene que ver con los procesos cognitivos. Desde mi punto de vista tiene que ver con una aproximación a una verdad no filtrada por la mente. Se trata de un proceso de integración con el concepto de unidad.

Por tanto el entrenamiento emocional, y el entrenamiento espiritual, no son lo mismo. Los dos suponen un proceso evolutivo, cada uno en distintos aspectos. Además son totalmente complementarios y creo que el uno sin el otro tienen poco sentido.

En este sentido experimento una tremenda gratitud al ser consciente de una limitación enorme que he tenido a la hora de comprender  la realidad. Me he dado cuenta de que me he pasado la vida tratando de explicar a través de la mente. Cuando pienso, pienso “acerca de”, es decir, fragmento una entidad y elijo uno de sus aspectos para dar sentido al conjunto. Cuando pienso acerca de alguien o de algo, pienso en algún aspecto específico de ese algo o de ese alguien. Puedo seleccionar un rasgo de su carácter, como su intolerancia o su sentido del humor, su sentido estético, su torpeza. La revelación ha sido ser consciente que no se puede comprender nada a través de la fragmentación de sus partes, ya que la totalidad de las mismas es básicamente infinita. Por tanto es del todo ingenuo aproximarse a la comprensión de una entidad extrapolando la interpretación de uno de sus fragmentos a su totalidad.

Y es aquí donde aparece una palabra clave: interpretación. Nuestra verdad no es más que una interpretación de ese fragmento filtrada por nuestra base de creencias. Hacemos juicios en base a interpretaciones subjetivas, lo que no tiene ningún tipo de rigor.

¿Para qué sirven los juicios? Creo que los utilizamos para validar nuestras creencias.  En este sentido podemos realizar dos clasificaciones básicas en lo que a perfiles psicológicos se refiere: los que tienen una tendencia a la neurosis, y los que la  tienen a los trastornos de personalidad. El neurótico generalmente se siente responsable de todo lo “malo” que acontece en su vida. Se castiga y se siente culpable de su dolor. Las personas con trastornos de la personalidad sin embargo suelen responsabilizar al resto de personas o circunstancias de su sufrimiento. Esta aproximación es más propia de complejos narcisistas. En cualquier caso  ambos son manifestaciones de una falta de amor y expresiones de separación y desconexión.

Esta actitud vital no se produce en términos absolutos, y es posible la convivencia entre ambas predisposiciones, pero generalmente una de ellas prevalece en términos generales.

 El neurótico por tanto, va a hacer juicios que le sitúen en condición de inferioridad sobre el resto de personas con objeto de autoafirmar sus creencias. Las personas con trastornos de la personalidad a diferencia de los neuróticos, van a tener una tendencias a realizar juicios que potencien su valía a través de las descalificación y la condición de inferioridad de las personas que se crucen.

En ambos casos detrás de estas conductas no hay más que una falta de amor propio y una dificultad para aceptarse a uno mismo.

En contraposición a todo lo anterior, el entrenamiento de la “no mente”, supone experimentar la vida sin necesidad de un constante juicio de la realidad. Si “apagamos” la mente, y experimentamos la vida sin necesidad de interpretar, nos conectamos a un estado de consciencia donde no es relevante validar nuestras creencias, y nuestra individualidad para a una segundo plano. Entrenar esta capacidad abre un espacio donde experimentar el concepto de unidad. Un plano donde no es necesario separarme del prójimo para validar mi identidad.

Si estamos equipados de una mente, es que la mente tiene sentido. No quiero que se malinterpreten mis palabras. El pensamiento ocupa un lugar esencial en lo que somos, pero personalmente elijo que no sea mi única fuente de comprensión dadas las limitaciones mencionadas anteriormente. La virtud será por tanto encontrar el equilibrio entre el tiempo que ocupa la mente y la no mente,  lo emocional y  lo espiritual en nuestras vidas..