La deshonestidad es un mecanismo de defensa disfuncional, motivado por el miedo, por el que nuestras acciones son el resultado de una distorsión de la realidad. Se trata de una forma de esclavitud que me encadena con la necesidad de aprobación de los demás.

En los últimos meses he estado tratando en mi tratamiento terapéutico este fenómeno. No podía imaginar la cantidad de mentiras que me cuento. Mi principal autoengaño es haber construido la creencia de que no soy lo suficiente. A partir de este programa instalado en mi núcleo central he desarrollado mecanismos que tratan de ocultar la persona que realmente soy.

La segunda mentira más gorda que me he contado es que yo puedo con todo. He sido muy  autosuficiente. En los últimos meses por fin he sido consciente de la importancia que tiene pedir ayuda cuando la necesito. Detrás de mi enfermiza autonomía se esconde el miedo al rechazo al mostrarme débil. En el hombre en especial se presupone fortaleza. Esta creencia colectiva creo que hace mucho daño, ya que no da espacio a la fragilidad humana. Ahora soy consciente de que para mostrarse vulnerable se requiere mucho valor y fortaleza interior. La humildad que entraña ser consciente de mis limitaciones y pedir ayuda, ha sido toda una catarsis espiritual.

Una de los aspectos en los que no había sido del todo consciente es en la cantidad de energía que requiere sostener una mentira. La deshonestidad me mantiene en un estado de alerta donde se deja poco espacio para la espontaneidad y el humor. Si tengo la tendencia a ocultar la persona que realmente soy, gran parte de mi energía emocional y física se ha de focalizar en sostener la coherencia de la personalidad que he construido.

Lo más curioso es que en el fondo tenemos muchísima capacidad para detectar la falta de honestidad. Quizá no de forma directa, pero sin duda percibimos el miedo,  la tensión y el malestar. Generalmente es una energía que se propaga como la pólvora generando una atmósfera poco confortable.

También es una forma de deshonestidad no ver a las personas o las situaciones  tal y como son, sino como me gustaría que fueran, o bien  tal y como soy yo. ¿Cómo ser consciente? Generalmente cuando hago responsables tanto de mi felicidad, como de mi desgracia a los demás, estoy alterando la realidad. Estos patrones de pensamiento me llevan a conectar con la ira, con la frustración o con el enfado. 

Existen dos formas de autoengaño, la consciente, y la inconsciente. En la primera tengo noción de mis necesidades, pero ni las atendiendo de forma directa, ni pido ayuda para satisfacerlas. En la inconsciente desestimo una necesidad física, emocional o espiritual por medio de un mecanismo de defensa disfuncional llamado la negación. Se trata de un sistema donde bloqueo ver una porción de la realidad tal y como es, ya que me da miedo o entiendo que será doloroso hacerme responsable de ella.

La pereza también es una forma de mentira. Dar espacio a la postergación, es no ser coherente con una decisión consciente que he tomado en relación a las acciones que se requieren para atender  mis necesidades, o las necesidades de un tercero.

Otra forma de deshonestidad es la creación de falsos ídolos. He divinizado la belleza física, la juventud y el materialismo. He entregado mi poder a estos aspectos externos. He consumido contenido de forma compulsiva en redes sociales que he usado para castigarme, para sufrir, para fomentar la idea de que no soy lo suficiente, o cultivar la ilusión de que si tuviera algo que no tengo sería totalmente feliz. En el fondo sé que es un mentira, ya que de otro moda las personas con cierto estatus económico, o cierto aspecto, experimentarían una forma de felicidad definitiva. Esto no puede estar más lejos de la realidad. Pero en esa mentira se esconde una herramienta muy útil para sufrir.

Adquirir el compromiso de ser totalmente honesto asusta muchísimo. La deshonestidad tiene muchas ventajas, pero progresar a nivel humano pasa por esta imprescindible transformación.