Acupuntura Social

Pequeños cambios, grandes transformaciones.

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Categoría: Crecimiento Espiritual

Sobre el amor, la felicidad y el miedo

Para mi es muy importante estar en una constante revisión de los aspectos que considero más importantes en la vida. Gente a la que aprecio mucho me enseñaron que en ocasiones la comprensión profunda de un concepto se logra redescubriendo su antónimo.

Recientemente he revisado tres conceptos importantes. El amor es el primero de ellos. Lo primero que me viene a la cabeza para su antítesis tal vez sería el odio o el miedo. Pero la ausencia de estos sentimientos no implica en ninguna medida que exista amor.

Durante mucho tiempo he estado convencido de que el egoísmo era sin lugar a dudas la cara opuesta del amor. Pero si me paro a pensarlo, aunque la generosidad se parece mucho al amor, creo que no necesariamente lo incorpora. Hace pocas semanas llegué a una nueva conclusión : la separación es realmente su antagónico.  Sentirme unido a algo implica de forma inherente que lo amo. Pero cuidado, amar es una de nuestras necesidades por excelencia, saber amar implica dos aspectos: tanto ser capaz de abrirnos a la intimidad y al contacto, a ser capaz de dar y recibir, como a la habilidad para separarnos y relacionarnos como seres completos. Es muy fácil confundir el apego con el amor.

Hay una creencia con la que también comulgo: en la base de todos los fenómenos siempre se encuentra el amor. El odio o el rechazo no es más que amor estancado. 

¿Y qué hay de la felicidad? Deconstruir este concepto me ha resultado aún más complicado si cabe. Siguiendo la misma lógica, la ausencia de tristeza no implica felicidad. De hecho, esta en esencia es una de las grandes limitaciones de la psiquiatría: que la máxima para tratar aspectos como la depresión sea llegar a un punto donde hay ausencia de sufrimiento. Experimentar una vida sin gozo no me parece suficientemente ambicioso. 

En la esencia de felicidad esta la sensación de que seguimos un camino que nos va permitir evolucionar a nivel emocional, físico y espiritual. Por tanto el antónimo de la felicidad sería la duda.Una de las sensaciones más difíciles es no tener claridad a la hora de tomar una decisión. Hoy más que nunca, las posibilidades han aumentado exponencialmente. La duda me genera sufrimiento. Una elección implica desapegarme del resto de posibilidades. Gran parte del problema es mi inclinación a buscar respuestas en mi intelecto. Abrir el corazón esta favoreciendo el acceso a una sabiduría mucho más profunda donde no hay espacio para la duda. El viaje de la cabeza al corazón esta siendo una de las aventuras más apasionantes que he experimentado.

Ya solo nos queda el miedo. Quizá la valentía es lo primero que como a mi te pueda venir a la mente para sus antípodas. Pero de nuevo siento que hay algo más allá. Vivir con libertad se acerca más a una experiencia de la realidad sin miedo. Aún tengo mucho miedo a muchas cosas: el rechazo, la impotencia, la vergüenza, el fracaso, la soledad, el dolor físico, a la enfermedad…Pero ahora entiendo que superar esas limitaciones son parte de mi proceso de aprendizaje. Ahora soy capaz de ver que no son más que estados mentales. No diría que no son reales, porque creo que lo son, pero trascenderlos es parte de mi plan pedagógico

No es posible aprender a amar al prójimo sin haber diluido toda forma de rechazo. La experiencia del valor lleva intrínsecamente traspasar la vergüenza y el miedo. Y creo que en esencia de eso se trata, de transformar nuestras limitaciones y despertar a un mundo de posibilidades ilimitadas.

Cada vez tengo más herramientas y sobre todo mucha confianza en que el trabajo espiritual y mis prácticas diarias me va traer grandes frutos en ese sentido. Para este año te deseo que encuentres las tuyas para que experimentes la mayor de las felicidades.

¡Feliz año nuevo!

 

¿Qué es el amor?

  • Reconocer y servir a Dios a través del otro.
  • Aceptar de forma incondicional.
  • Trascender el miedo.
  • Ser fiel a nuestra verdad.
  • Compartir.
  • Colaborar con la vida.
  • La presencia con todo tu ser.
  • La expansión de la consciencia.
  • Un vehículo de crecimiento.
  • Un compromiso consciente.
  • Devoción  y transmutación de la energía sexual.
  • Entrega, confianza y rendición.
  • Compañía.
  • Soledad elegida.
  • Conexión espiritual, emocional y física.
  • Flexibilidad, tolerancia y paciencia.
  • Comunicar de forma abierta y clara.
  • Elevarnos con la palabra.
  • Comprender por medio de la escucha activa.
  • Dedicar atención a las virtudes del otro, y comunicarlas para ponerlas en valor.
  • Admiración e inspiración.

Incomodidad

La incomodidad es un vehículo de crecimiento emocional, espiritual y físico. Evitar la incomodidad es rechazar nuestro impulso natural por mejorar. Nuestra actitud frente a la incomodidad va a determinar en gran medida nuestra capacidad para desarrollar nuevas habilidades.

Si tengo una tendencia hacia el hedonismo, en gran medida alimento la creencia de que la incomodidad es un estado negativo. Pero si no juzgo ni etiqueto este estado, sino que lo acepto como un aspecto inherente a la vida, facilito en gran medida el proceso pedagógico. De nuevo la mente y los pensamientos tienen un papel decisivo en este ámbito.

Todos tenemos una resistencia al cambio. Nuestros sistemas más primitivos tratan de salvaguardarnos de peligros y evitar que nos expongamos. Hoy en día estos miedos poco o nada tienen que ver con riesgos relacionados con nuestra integridad física, sino más bien con estados emocionales que queremos evitar a toda costa como la vergüenza, el ridículo, el rechazo social, el sentimiento de inadecuación, o la misma culpa.

Pero la realidad es que el verdadero bienestar viene de vencer la pereza y que las acciones motivadas por el amor hacia nosotros mismos, y hacia los demás, puedan más que la desidia. Esa sensación de victoria y de satisfacción cuando no nos vemos doblegados ante esa vocecilla interna que tratar de disuadirnos de nuestros nobles propósitos, es inigualable.

He confundido a menudo la comodidad con el bienestar, y la verdad es que a veces se parecen mucho. Pero la comodidad no implica bienestar, y el bienestar lleva implícito cierto grado de comodidad vital. Puedo estar muy cómodo, pero sentirme solo, vacío, insatisfecho…

El bienestar no depende de lo que tengo, sino de lo que entiendo que soy. Tiene que ver con la calidad de las relaciones que nutren mi alma, empezando con la que tengo conmigo mismo. También con el nivel de paz interior que he logrado cultivar en mi vida.

La comodidad es un sucedáneo que crea un espejismo de seguridad y nos da un cierto sentido de orientación existencial. La realidad es que como con muchos aspectos de la sociedad occidental, le hemos dado demasiado poder hasta convertirlo en toda una deidad. El constante impulso por tener un mayor confort material se han convertido en una de las mayores adicciones contemporáneas. Una mayor comodidad económica no implica un mayor grado de amor propio.

Hemos adquirido un tremendo nivel de confort. Hemos integrado completamente un sinfín de ventajas que nos hacen muy intolerantes a cualquier tipo de malestar esporádico. Se trata del poderoso principio psicológico del contraste: cuando más confort alcancemos, menos estaremos dispuestos a perderlo.

Pero esta peligrosa inercia nos hace personas dóciles, blandas,  maleables, muy egoístas, muy poco solidarias y muy desconectadas. Anteponemos no perder en ninguna medida ninguno de estos placeres, a salir de nuestra zona de confort para defender valores colectivos más nobles.

Es comprensible además que para las personas que no han disfrutado de todas las ventajas que tiene la sociedad del bienestar, disfrutar de un contexto así se les presente como  una auténtica panacea. Posiblemente se trate de la mentira mejor contada, la estrategia de manipulación mejor diseñada de la historia de la humanidad.

Es muy importante ver que esta mentira da carta blanca a los poderosos para campar a sus anchas. Estamos sacrificando nuestro derecho a medrar a cambio de unas cuentas migajas. La pasividad y el egoísmo nos convierten en cómplices de todos los excesos que sientas que se están cometiendo en este momento de la historia.

Forjemos un futuro en base a nuestras fortalezas, y no a nuestras debilidades. Somos esclavos de las distracciones, del materialismo , de la imagen… ¿de verdad crees que la evolución nos ha traído aquí para esto? Personalmente tengo una visión  más elevada para el hombre.

 

Dolor VS Sufrimiento

El dolor es una forma de sanación espiritual donde se acepta una pérdida o la necesidad de transformación de algo que nos concierne.

El sufrimiento es un mecanismo disfuncional mediante el que adoptamos acciones que sabemos consciente o inconscientemente (negación) que nos van a conectar con el malestar, pero que nos son útiles para eludir el dolor relativo a un aspecto de nuestra realidad que elegimos no aceptar.

A continuación voy a poner un ejemplo para tratar de aclarar la diferencia entre ambos conceptos. Supongamos que tengo una adicción a la comida. Yo utilizo esta herramienta para castigarme y sufrir, muy probablemente porque no quiero aceptar el dolor que siento por el vacío de no sentirme digno de ser amado. Es el bloqueo que evita  trascender que esto es una mentira que me cuento para no enfrentarme al miedo que siento al exponerme, y atreverme a que me vean tal y como soy. Uso la comida porque ayuda a mi miedo a protegerse

Casi todas las adicciones operan del mismo modo, son siempre herramientas del miedo que en mayor o menor medida nos generan culpabilidad y una desconexión emocional que permiten eludir el dolor existencial,  y  nos facilitan chutes instantáneos de bienestar hedónico.

La desconexión de nuestras emociones tiene un altísimo precio en nuestra sociedad. Se trata de toda una norma que nos amputa nuestra capacidad de comprender, empatizar y conectarnos a los demás a un nivel más profundo. Sin este nivel de comunión, sentimos un profundo vacío espiritual que de nuevo nos mete en el mismo círculo vicioso donde buscamos sucedáneos express para llenar este sinsentido.

La adicción y la dependencia a la tecnología es la gran pandemia contemporánea. Nos crea una ilusión de hiperconectividad donde se nutre la sensación de aprobación, de afecto, de atención, de reconocimiento inmediato, muy parecido al amor, que estimula nuestros centros de placer, pero sin la profundidad suficiente como para generar un valor existencial relevante (ya que en el fondo sabemos que no podemos contar de verdad con esas personas).

Se trata de un peligro porque se convierte en una adicción en forma de sucedáneo barato, pero hormonalmente efectivo, de una importantísima necesidad humana. Se trata de un súper sofisticafo placebo, de un espacio colectivo de autoengaño.

Nos han convencido para elegir multiplicar exponencialmente la relaciones sociales superficiales que copan toda nuestra atención y nuestro tiempo, limitando drásticamente nuestra capacidad para profundizar en las relaciones interpersonales en la vida analógica. Tengo tantos objetos de distracción que alimentan mi ego, que me hacen muy complicado estar presente y concentrarme en la persona que tengo frente a mi.

No tengo tiempo para aceptar y amar de verdad a un gran número de personas. Abrirse, dejarse ver, aceptar a alguien tal y como es, dedicarle tiempo y presencia, es una tarea que requiere de una gran energía. Personalmente he elegido tener un círculo de afecto reducido. He tomado la decisión de desengancharme de este sistema de recompensa que tenía con las redes sociales, que en mayor medida me traía más sufrimiento que otra cosa.

Ahora estoy aprendiendo a aceptar el dolor cuando viene. No juzgarlo, observarlo, entenderlo, y en la medida de lo posible trascenderlo. Lo más curioso es que cuando mayor aceptación y celebración del dolor experimento,  menos tiempo se tarda en que pase de largo.

 

La invitación

No me interesa saber cómo te ganas la vida,
lo que quiero saber yo es cuales son tus anhelos,
y si es que te atreves a soñar con realizarlos.

No me interesa saber tu edad,
lo que quiero saber yo es si te arriesgarías a pasar por tonto
por amor,
por tus sueños,
o por la simple aventura de sentirte vivo.

No me interesa saber qué planetas están en cuadratura con tu luna,
lo que quiero saber yo es si has tocado fondo en tu sufrimiento,
y si tu corazón se ha abierto por las traiciones de la vida,
o si se ha arrugado y cerrado
ante el temor de sufrir más.

Quiero saber yo si puedes tú aceptar el dolor,
el mío o el tuyo,
sin tratar de esconderlo
o de menguarlo
o de eliminarlo.

Quiero saber yo si puedes tú aceptar la alegría,
la mía o la tuya,
si puedes tú danzar con frenesí
y dejar que el éxtasis te colme hasta la punta de los dedos,
sin advertirnos de que tenemos
que tener cuidado,
o de que tenemos que ser realistas,
o de que debemos recordar las limitaciones de ser humanos.

No me interesa saber si es cierta
la historia que me cuentas.
Lo que quiero saber yo es si estás dispuesto
a decepcionar a otra persona
por ser honesto contigo mismo.

Si puedes tú soportar el ser acusado de traición
sin traicionar tu propio espíritu.
Si estás dispuesto a no creer en nada o en nadie,
y si eres por lo tanto digno de confianza.

Quiero saber yo si puedes ver la Belleza
aún cuando no todos los días
sean hermosos.
Y si puedes tú inspirar tu propia vida
con su presencia.

Quiero saber yo si puedes tú vivir con el fracaso,
el mío o el tuyo,
y aún detenerte al borde del lago
y gritar al brillo de luna llena,
“Sí.”

No me interesa saber donde vives
o cuánto dinero tienes.
Lo que quiero saber yo es si puedes levantarte
después de una noche de sufrimiento, desesperado,
cansado y magullado hasta la médula,
y aún hacer lo que se necesita
para alimentar a los niños.

No me interesa saber a quien tú conoces
o como llegaste aquí.
Lo que quiero saber yo es si estás dispuesto
a pararte en el medio del fuego
conmigo
sin arrugarte.

No me interesa saber qué, donde o con quién
has estudiado tú.
Lo que quiero saber yo es qué es lo que te sostiene
por dentro
cuando todo lo demás se desbarata

Quiero saber yo si puedes estar solo
contigo mismo,
y si disfrutas de tu propia compañía
en los momentos más vacíos.

© 1995 por Oriah House, de “Dreams Of Desire”
Publicado por Mountain Dreaming

Deshonestidad

La deshonestidad es un mecanismo de defensa disfuncional, motivado por el miedo, por el que nuestras acciones son el resultado de una distorsión de la realidad. Se trata de una forma de esclavitud que me encadena con la necesidad de aprobación de los demás.

En los últimos meses he estado tratando en mi tratamiento terapéutico este fenómeno. No podía imaginar la cantidad de mentiras que me cuento. Mi principal autoengaño es haber construido la creencia de que no soy lo suficiente. A partir de este programa instalado en mi núcleo central he desarrollado mecanismos que tratan de ocultar la persona que realmente soy.

La segunda mentira más gorda que me he contado es que yo puedo con todo. He sido muy  autosuficiente. En los últimos meses por fin he sido consciente de la importancia que tiene pedir ayuda cuando la necesito. Detrás de mi enfermiza autonomía se esconde el miedo al rechazo al mostrarme débil. En el hombre en especial se presupone fortaleza. Esta creencia colectiva creo que hace mucho daño, ya que no da espacio a la fragilidad humana. Ahora soy consciente de que para mostrarse vulnerable se requiere mucho valor y fortaleza interior. La humildad que entraña ser consciente de mis limitaciones y pedir ayuda, ha sido toda una catarsis espiritual.

Una de los aspectos en los que no había sido del todo consciente es en la cantidad de energía que requiere sostener una mentira. La deshonestidad me mantiene en un estado de alerta donde se deja poco espacio para la espontaneidad y el humor. Si tengo la tendencia a ocultar la persona que realmente soy, gran parte de mi energía emocional y física se ha de focalizar en sostener la coherencia de la personalidad que he construido.

Lo más curioso es que en el fondo tenemos muchísima capacidad para detectar la falta de honestidad. Quizá no de forma directa, pero sin duda percibimos el miedo,  la tensión y el malestar. Generalmente es una energía que se propaga como la pólvora generando una atmósfera poco confortable.

También es una forma de deshonestidad no ver a las personas o las situaciones  tal y como son, sino como me gustaría que fueran, o bien  tal y como soy yo. ¿Cómo ser consciente? Generalmente cuando hago responsables tanto de mi felicidad, como de mi desgracia a los demás, estoy alterando la realidad. Estos patrones de pensamiento me llevan a conectar con la ira, con la frustración o con el enfado. 

Existen dos formas de autoengaño, la consciente, y la inconsciente. En la primera tengo noción de mis necesidades, pero ni las atendiendo de forma directa, ni pido ayuda para satisfacerlas. En la inconsciente desestimo una necesidad física, emocional o espiritual por medio de un mecanismo de defensa disfuncional llamado la negación. Se trata de un sistema donde bloqueo ver una porción de la realidad tal y como es, ya que me da miedo o entiendo que será doloroso hacerme responsable de ella.

La pereza también es una forma de mentira. Dar espacio a la postergación, es no ser coherente con una decisión consciente que he tomado en relación a las acciones que se requieren para atender  mis necesidades, o las necesidades de un tercero.

Otra forma de deshonestidad es la creación de falsos ídolos. He divinizado la belleza física, la juventud y el materialismo. He entregado mi poder a estos aspectos externos. He consumido contenido de forma compulsiva en redes sociales que he usado para castigarme, para sufrir, para fomentar la idea de que no soy lo suficiente, o cultivar la ilusión de que si tuviera algo que no tengo sería totalmente feliz. En el fondo sé que es un mentira, ya que de otro moda las personas con cierto estatus económico, o cierto aspecto, experimentarían una forma de felicidad definitiva. Esto no puede estar más lejos de la realidad. Pero en esa mentira se esconde una herramienta muy útil para sufrir.

Adquirir el compromiso de ser totalmente honesto asusta muchísimo. La deshonestidad tiene muchas ventajas, pero progresar a nivel humano pasa por esta imprescindible transformación.

 

Meditación

La meditación es una forma de entrenamiento mental donde se regula y potencia nuestro estado de consciencia. Su práctica diaria genera cambios neurológicos  en el cerebro después de ocho semanas (Sara Lazar, Ph.D, Harvard). Esta experta en neurociencia ha comprobado que la meditación aumenta el grosor de la corteza cingulada (sistema límbico), la parte del cerebro responsable de la mayoría de los sentimientos, desde la emoción hasta la atención, el aprendizaje y la memoria. El hipocampo izquierdo, imprescindible en el aprendizaje, las capacidades cognitivas, la memoria y la regulación de las emociones, también había aumentado de grosor. Así mismo aumentó la unión temporoparietal, asociada a las relaciones sociales, toma de perspectiva, la empatía y la compasión. La amígdala, la zona del cerebro responsable de la ansiedad, el miedo y el estrés, se redujo, con una consecuente disminución de los niveles de estrés en el individuo. Se observó del mismo modo una mayor cantidad de materia gris en la corteza sensorial. Por último se pudo comprobar que en individuos que habían meditado de forma regular a lo largo de sus vidas existía una menor degeración del cortex prefontal, es decir que habían detenido el envejecimiento de sus cerebros.

La contundencia de los resultados en estudios de neurociencia relacionados con la meditación en intervenciones de corta duración es absolutamente abrumadora. Otro buen ejemplo de ello es el Center for Healthy Minds, un proyecto de la Universidad Madison (Wisconsin, Estados Unidos) y el propio Dalai Lama. Su máximo responsable es Richard Davidson, neurocientífico de la universidad y uno de los investigadores más importantes de los entresijos del bienestar vinculados al funcionamiento del cerebro. Promueven investigaciones sobre diferentes hábitos mentales como la meditación, la potenciación de habilidades emocionales, la creatividad, la autoestima, la concentración… Potencian las mentes saludables mediante los resultados de estudios donde se analizan los beneficios de distintas rutinas mentales.   

A modo de ejemplo, en un estudio donde se integró la meditación durante 20 minutos en diferentes escuelas,  tres días a la semana,  durante 8 semanas,  un entrenamiento en meditación, gratitud, la cooperación, la amabilidad, la respiración consciente se obtuvieron los siguiente resultados:

Los profesores observaron el espíritu de colaboración ascendía drásticamente como muestra el siguiente gráfico.

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Por otro lado se realizó un experimento donde se instaba a niños de 4 y 5 a regalar pegatinas que se les entregaba. En 8 semanas el grado de empatía que se conseguía fue sorprendente como muestran las siguiente gráficas:

g2

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También me dejó muy sorprendido el caso de la David Lynch Foundation, una fundación que apoya y promueve programas en las escuelas para que las tecnologías de la educación basada en la conciencia estén disponibles en todos los niveles  para los estudiantes, para los padres de familia, para los profesores, y para la sociedad alrededor, con becas y construcción de escuelas. La meditación trascendental se encuentra en la raíz de todas sus intervenciones.

El programa de educación basada en la conciencia es de fácil implementación en cualquier establecimiento educativo, sin necesidad de modificar el plan de estudios académicos existente.

Incluye las siguientes etapas:

  1. Enseñanza de las tecnologías de la conciencia. Un equipo de profesionales calificados enseñará estas simples técnicas mentales a los alumnos y profesores quienes practicarán este programa en clase por 10-15 minutos al principio y al final de la jornada escolar.
  1. Se realiza el seguimiento y revisión de los resultados. Se hace un seguimiento frecuente de la práctica de la tecnologías de la conciencia para asegurar su correcta aplicación. También se documenta los múltiples beneficios que los practicantes experimenten en el tiempo.

No hay ninguna duda de que la meditación aumenta la capacidad de concentración, potencia la capacidad para aprender, aumenta el ánimo y la capacidad de colaborar, la compasión, la creatividad, la capacidad de gestionar nuestras emociones, y en general el bienestar del individuo… ¿a qué demonios estamos esperando para cultivar este hábito?

Tal vez sea necesario vencer los prejuicios asociados a esta práctica. Al margen de la espiritualidad las ventajas cognitivas son evidenes.

Nuestro cerebro, al igual que nuestro corazón, tiene una carga eléctrica y una magnética. Me viene a la mente la frase de, en lo que a mi respecta, uno de los mayores genios que ha existido hasta el momento, Nikola Tesla: “Si quieres entender el Universo, piensa en energía, frecuencia y vibración”

En relación al cerebro, existen cinco frecuencias de ondas cerebrales distintas: Beta, Alfa, Theta, Delta y Gamma. Cada frecuencia, medida en ciclos por segundo (Hz), tiene su propio conjunto de características que representa un nivel específico de la actividad cerebral y por lo tanto un estado único de la conciencia.

  • Beta (14-40Hz) está presente en la conciencia normal de vigilia y el estrés.
  • Alfa (7.5-14Hz) en profunda relajación.
  • Theta (4-7.5Hz) en la meditación y el sueño ligero.
  • Delta (0.5-4Hz) en el sueño profundo sin sueños y la meditación trascendental.
  • Gamma son más rápidas (por encima de 40 Hz) y se asocian con una repentina introspección.
  • Alpha-Theta 7-8Hz – la puerta de entrada a la mente subconsciente.

Nuestro cerebro es un órgano muy complejo, pero en esencia es importante que comprendamos que tenemos áreas más primitivas relacionadas con la subsistencia y los impulsos primarios (cerebro reptiliano), y áreas evolutivamente más avanzadas que se relacionan con la creatividad y niveles más altos de consciencia.

Si percibimos que estamos en una situación de peligro, nuestra amígdala centraliza todos nuestros recursos energéticos en la huída. Literalmente desconecta todos nuestros sistemas que no tengan que ver con la capacidad física de escapar. Apaga nuestro sistema inmunológico y todas las zonas cerebrales más evolucionadas.

Vivimos en una sociedad donde se cultiva la idea de que estamos en peligro constante. Parece que estamos siempre en la antesala de un terrible desencuentro para el hombre y para el planeta. Puede que esta impresión sea más o menos cierta. La realidad es que las soluciones que requiere tanto el hombre como el planeta parten del potencial creativo  en cada una de nuestras mentes.

De una forma relativamente sencilla, la meditación facilita que pasemos de una frecuencia cerebral más baja (Beta), a una frecuencia con una mejor conexión entre ambos hemisferios del cerebro, donde nuestro lado derecho (asociado a la creatividad) gana protagonismo (nivel alfa).

El miedo nos mantiene separados, desconfiados, violentos, cohibidos, inconscientes, deshonestos, egoístas, insatisfechos, tristes y desconectados. El hedonismo, el materialismo y la gratificaciones son el único analgésico que nos logra sacar por unos instantes de ese vacío existencial.

Hay algo más. Hay una verdad más profunda. Siento que hay un propósito más noble por el que la naturaleza decidió desarrollar todo ese potencial en el hombre. Creo que es una cuestión de tiempo el que despertemos de esta mentira y empecemos a aprovechar todo el inmenso potencial que tenemos de serie.

Mi visión del ser humano como protector y potenciador de la naturaleza, como fuente de amor y creatividad, como motor de armonía entre las especies, es la mayor fuente de inspiración que tengo para mi desarrollo.

La meditación creo que es un pilar central de esa transformación que nos conecta con nuestra esencia y con nuestro auténtico potencial.

Dentro de poco dedicaré un artículo para explicarte de forma específica qué rutina de meditación practico cada mañana.

Cada persona tiene su propio proceso en cualquier caso. Como he descrito en artículos anteriores creo que es algo muy común ser adicto al sufrimiento y al malestar,  y el bienestar entra en conflicto con esa dependencia emocional. ¿Una de las fórmulas mágicas para aumentar tu nivel de paz interior y serenidad? Sin ningún tipo de duda…meditar.

Entropía VS Sintropía

La entropía es la tendencia energética hacia al desorden de ciertos sistemas complejos en la naturaleza. La sintropía es una metodología capaz de activar una serie de acciones conscientes que potencian la reestructuración, el equilibrio y la aceleración metabólica de ese sistema.

Antes de que sigas leyendo me gustaría que vieras algo que creo que va a facilitar mucho la compresión general del siguiente artículo. La primera vez que oí hablar de la sintropía como método fué de la mano del granjero investigador suizo Ernst Götsch. Te voy a recomendar encarecidamente que en este punto dediques unos minutos a ver este increíble vídeo donde se explica la base teórica y práctica de esta técnica. Como verás tiene que ver con un proceso de potenciación de la capacidad creativa de la naturaleza.

Creo que ese mismo potencial que Ernst descubre en este contexto, no solo es aplicable a ese sistema, sino a muchos más. Como puedes ver hoy toca hablar de algo un tanto complejo. Voy en cualquier caso a empezar acotando el marco de la entropía y la sintropía a un sistema complejo específico: el ser humano.

Muchos de los conceptos que a partir de ahora voy a compartir los he aprendido hace unas semanas en un magnífico seminario sobre liderazgo del gabinete psicoterapeútico Paradox. Quiero para empezar darles todo el crédito que merecen ya que gran parte de las reflexiones que voy a compartir, son de su cosecha.

En términos generales entropía y sintropía son dos conceptos que se relacionan con la idea de que la consciencia ordena nuestra realidad, y que si no cultivamos la misma, de forma individual y colectiva, se va a tener una tendencia al desorden, al miedo, y al dolor. La libertad por tanto es la capacidad que tengo de elegir entre el orden y el desorden. A su vez creo que esta decisión se relaciona con desarrollar la habilidad de comprender y neutralizar mi miedo para vibrar con amor.

Puesto de otra manera, cuando nacemos tenemos todos los nutrientes para ser felices y prosperar. La naturaleza nos entrega todas las herramientas necesarias para medrar. Nos regala la confianza, la alegría, la espontaneidad, la sinceridad, el humor, la capacidad para comunicarnos, para colaborar y sobre todo para amar sin miedo.

Si nos desarrollamos en un ambiente donde no existe el suficiente nivel de consciencia, la tendencia será a que el potencial de todos esos nutrientes se vea mermado por la creación de la creencia central de que vivir es un proceso hostil y me he de proteger a nivel tanto físico como emocional. Aquí se empiezan a vertebrar todos los mecanismos de defensa que esconden y niegan mi verdadero ser para que exista coherencia entre la idea de que no soy, o no tengo lo suficiente para que me acepten y me quieran,  y mi instinto natural a adaptarme al entorno y sobrevivir. Aquí empieza la fiesta.

Sin embargo si nos desarrollamos en un contexto donde nuestros progenitores han aprendido a amarse a sí mismos, a amarse entre ellos, y a tener capacidad de amar a los demás sin miedo, sin apego y con libertad, todo el potencial humano de serie se abre camino y la creatividad y el bienestar florecen en el nuevo ser.

Trabajar mi nivel de consciencia en este sentido es un sin duda uno de los mejores propósitos que he podido abrazar. A pesar de que es muy relevante el primer sistema de creencias de nuestra infancia, no nos determina de por vida. Nuestra plasticidad cerebral nos garantiza que podemos transformar en cualquier momento toda la estructura de ideas que hemos adoptado como ciertas. No es una tarea fácil, ya que pasa por acceder a la parte menos accesible de mi ser: el inconsciente.

Me gusta pensar que vencer el miedo y doblegar al ego es una oportunidad de ganar algo que puedo ofrecer a los demás. No puedo dar algo que no tengo. Si aprendo a amarme, puedo amar a los demás.     

¿Cómo puedo poner orden a nivel consciente en mi vida? En principio hay tres dimensiones: la emocional, la física y la espiritual.

En lo relativo a la dimensión emocional, me he pasado la vida intentando no sentir las emociones relacionadas con el miedo, la vergüenza o la culpabilidad. El desorden emocional se relaciona con la creencia de que hay sentimientos “buenos” o “malos”, “agradables” o “desagradables”. Este peligroso juicio niega mi propia humanidad y mi capacidad de estar en contacto con mi interior.

Todos los sentimientos tienen un propósito. Ordenarnos a nivel emocional es permitirme pensar y sentir cualquier cosa, y desarrollar la habilidad para encargarme de ello de forma construtiva. Tengo todo el derecho a sentirme de cualquier manera. No tengo que avergonzarme de ningún pensamiento ni de ningún sentimiento. La responsabilidad es decidir de forma consciente a qué acciones me van a llevar esos sentimientos. Una mala gestión del miedo me lleva a ser egoísta, manipulador y un mentiroso. Ser consciente de que el miedo es una ilusión que yo mismo he creado, permitirme sentir miedo, aceptarlo e integrarlo sin que se convierta en acciones destructivas para mi y para los demás, es uno de mis grandes objetivos.

Mi ego es muy inteligente. Trata de escapar de esos sentimientos y tiene mil escondrijos para ello: la adicción al trabajo, la intelectualidad, la sexualidad, el hedonismo, el materialismo, la procrastinación, la codependencia…La toxicidad emocional posiblemente sea uno de los mayores peligros y una de las grandes adicciones a las que tengo que hacer frente. La creencia de que no soy lo suficiente y los pensamientos ligados a ella, me han generado un hábito químico ligado a una serie de emociones a las que soy básicamente adicto. Para tener mi chute periódico a estas emociones interpretaré mis circunstancias de forma que me permitan alimentar esa dependencia.

Es irónico además cómo a nivel social no solo se ha acepta, sino que se vanagloria en gran medida la idea de que dejarse llevar por las emociones es algo positivo. Debemos encontrar nuestra “pasión” en la vida. La etimología de la palabra “pasión” viene del latín passio, y este del verbo pati, patior, padecer, sufrir, tolerar. Como su propio origen indica la palabra pasión define un estado pasivo donde soy una víctima de mis sentimientos.

Existe una tendencia a mi desorden emocional ligado a la entropía. Si no me ordenamos a nivel sentimental seré un esclavo de mis acciones ligadas a ese desorden.  Ya no me fío de mis deseos/pasiones. En su mayoría tienen por objeto compensar mis limitaciones de carácter. Ahora estoy completamente enfocado en cubrir las necesidades que me permitan aceptarme, amarme y cultivar una relación sana conmigo y con los demás. Para ello la honestidad, la confianza, la aceptación, la alegría, la buena voluntad y el amor son las principales monedas de cambio. Por ejemplo me he dado cuenta de que cuando conecto con sentimientos como la irritación o la ira, simplemente no estoy aceptado a alguien o algo tal y como es. El principio de igualdad es unos de los motores principales del amor.

El orden en la dimensión física se relaciona con aspectos como los nutrientes y el ejercicio físico. Si tengo una vida apática, si no me muevo lo suficiente, la entropía lleva a mi sistema físico a su degradación. De igual manera, si no mantengo un equilibrio alimenticio, o si castigo mi sistema físico con drogas o diferentes fuentes toxicidad, le envío un mensaje directo a mi inconsciente: no me quiero.  

Cuidarme en este sentido es un acto de amor que da coherencia a todo el trabajo emocional que he descrito con anterioridad. Si no hay una primera coherencia entre la acción para con nosotros mismos, y la gestión de nuestros pensamientos y nuestros sentimientos,  lógicamente se produce un conflicto interno. Si deseo quererme, pero mis actos no están en sintonía con esa voluntad consciente, me estoy comunicando inconsistencia. Quizá este deba ser un primer indicador de que creo que no merezco ni si quiera mi propio amor. Este debe ser el detonante para entrar en un proceso para recuperar todo lo que tenía de serie cuando nací,  que espera dormido dentro de mi ser.

Hay una sincronicidad directa entre los físico y lo emocional. Por poner un ejemplo, fumar es una forma de negar mis emociones. El único colocón del tabaco es el apagar en gran medida mi capacidad de sentir. Baja drásticamente mi nivel de oxígeno en sangre lo que conlleva esa respuesta psicológica. La respiración es una puerta súper potente a la consciencia, a la energía vital y a la paz interior.   Tener miedo a sentir y no dar espacio a mi verdadero ser es negar mi humanidad y un acto de cobardía. Otro mensaje directo al inconsciente.

Para terminar está el orden a nivel espiritual. La entropía en este sentido me hace sentir que estoy separado del resto. Tiene que ver con la dualidad, con la idea de lo bueno, de lo malo, de lo correcto, de lo incorrecto, del debo, del tengo. Es como si una de mis células no se sintiera parte de mi ser y se viera como un ente separado. Bien es cierto que se trata de un ser vivo autónomo, libre, vulnerable…pero a la vez forma parte de un todo.

Para trabajar este área de mi vida utilizo la meditación. Es una forma de reconectar con una fuente energía única más allá de mi individualidad.

Tengo la impresión que en el orden se abren nuevos caminos para acceder a una verdad más profunda, para una comprensión y una aceptación genuina de la vida. No lo puedo saber aún, ya que estoy muy lejos de tener coherencia entre lo que pienso, lo que siento y lo que hago. De momento es solo una promesa. Aún hay mucho conflicto en mí,  pero también mucha confianza en que estoy en el camino correcto.

 

El perdón

El perdón es una forma de sanación espiritual donde se suelta el dolor asociado a un comportamiento propio o ajeno. Me parece especialmente significativa para la comprensión de este concepto la etimología de la palabra “disculpas” del latín dis, separación, y culpas, remordimiento resultado de haber causado daño físico o psíquico. Se trata por tanto de una forma de desapego a un sufrimiento con el que me castigo emocionalmente.

He tenido la oportunidad de compartir impresiones sobre el perdón recientemente que han sido todo un regalazo. He comprendido que perdonar es una forma de aceptar la naturaleza de nuestra propia humanidad.

Personalmente a quien más me cuesta perdonarme es a mí mismo. Durante mucho tiempo me he rechazado y he creído que no era digno de recibir amor. Ese comportamiento requiere de una reconciliación muy profunda. He llegado a entender que quizá haya una parte de mi que no quiera perdonarme, ya que le viene muy bien ese dolor. Esa culpabilidad sigue siendo útil a la parte que quiere controlarme y me intimida con pensamientos abocados a hacerme sentir que no soy suficiente. La culpa es una poderosa moneda de cambio en ese juego interior por la lucha del poder.

Hay una paradoja que me ha sorprendido mucho en relación al perdón. Por un lado no siento que nadie tenga que disculparse conmigo. El dolor que me puedan causar es una oportunidad de desarrollar cualidades muy importantes como la compasión. Creo que cuando una persona daña a otra lo hace desde el miedo, o desde la inconsciencia.  He decidido tratar de comportarme siempre como si lo que me acontece fuera favorable. A veces es muy incómodo, pero no deja de ser un contexto para el crecimiento. Lidiar con la decepción y con el dolor, y practicar el amor incondicional, son una gran oportunidad para sentirme una persona de valor.

Creo en un “perdón original” que a diferencia del pecado original, nos exime de la responsabilidad  del dolor que causamos, ya que este es inherente a nuestra humanidad y a nuestro proceso de evolución interna. No siento que un bebé necesite pedir disculpas cada vez que se cae cuando empieza a caminar. No creo que la naturaleza que nos hace errar a lo largo de nuestra vida diste mucho de la de ese niño que experimenta y crece por medio de la experiencia.

Por otro lado sin embargo, es muy importante para mi pedir perdón cuando me he dado cuenta de que he causado dolor a otra persona. A veces ocurre sobre la marcha. A veces cuando llego a un punto de consciencia que no tenía en el momento que infligí el daño. Recalcar que he logrado reconocer el origen de ese dolor, identificar la limitación que lo ha originado y me estoy haciendo responsable de ella, compartir que experimento sufrimiento por ello, y que necesito ayuda para soltarlo, es un acto de humildad y respecto a mí y a lo demás.

Hay dos tipos de perdón: el egótico, y el espiritual. El egótico es el que se hace desde una posición de superioridad, que en muchas ocasiones es más un vehículo de manipulación, que una forma de catarsis. El perdón espiritual proviene desde la verdadera aceptación de nuestra vulnerabilidad, desde la empatía y el genuino amor hacia uno mismo, y hacia los demás.

Muchas aproximaciones psicológicas relevantes (gestalt, cognitiva…) creen que la culpa es algo que se transfiere de generación en generación. Tiene sentido que haya una carga emocional en las células que se traspase a nuestros descendientes. Quizá este sea el auténtico pecado original, la culta que arrastramos que no nos pertenece, pero que tenemos la oportunidad de enmendar en nombre de nuestros progenitores.

También hay veces que pienso que tengo rencor hacia un ser querido, y que me cuesta perdonar su comportamiento. Si profundizo un poco más en ese sentimiento, a quien no puedo perdonar es a mí mismo por no saber amar a esa persona que en el fondo es tan importante para mi. Ese sentimiento me genera una grandísima culpa.

Sin perdón no hay paz interior. Sin perdón no hay libertad. Sin perdón no hay amor, y en definitiva es lo que el mundo más necesita.

Miedo

El miedo es un mecanismo de defensa relacionado con una serie de reacciones fisiológicas originadas por un conjunto de emociones y sentimientos asociados a pensamientos en los que se proyectan situaciones de peligro plausible. Sigmund Freud diferenció en su Teoría del miedo dos tipos de miedo: el real y el neurótico. El primero se relaciona con un riesgo a una amenaza real para nuestra integridad física. El miedo neurótico es un miedo que construimos en base a una creencia irracional donde reproducimos mentalmente, por medio de pensamientos automáticos recurrentes, una serie de posibilidades poco probables.

Este mecanismo se vincula por un lado a nuestro cerebro reptiliano, encargado de gestionar las tareas esenciales para la supervivencia, como comer o respirar; y,  por otro lado, con el sistema límbico, que es el encargado de regular las emociones, la lucha, la huida, la evitación del dolor y en general todas las funciones de conservación del individuo y de la especie. Este sistema revisa de manera constante (incluso durante el sueño) toda la información que se recibe a través de los sentidos. Lo hace mediante un conjunto de núcleos de neuronas localizadas en la profundidad de los lóbulos temporales llamadas amígdala cerebral. Esta controla las emociones básicas, como el miedo y el afecto, y se encarga de localizar la fuente del peligro.

El miedo produce cambios fisiológicos inmediatos: se incrementa el metabolismo celular, aumenta la presión arterial, la glucosa en sangre y la actividad cerebral, así como la coagulación sanguínea. El sistema inmunitario se detiene (al igual que toda función no esencial), la sangre fluye a los músculos mayores (especialmente a las extremidades inferiores, en preparación para la huida) y el corazón bombea sangre a gran velocidad para llevar hormonas a las células (especialmente adrenalina).

Hay 4 tipos de emociones relacionadas con el miedo neurótico: las relacionadas con la escasez, las vinculadas a la desconexión, las relativas a la tristeza y las del odio.

Los pensamientos y las emociones de escasez son las que se fundamentan en la creencia de que vivimos en un mundo limitado en relación a los recursos físicos y afectivos. El apego material y emocional están muy vinculados con esta tipología de miedo donde la falta de confianza en el futuro es característica.

La desconexión se asocia al conjunto de pensamientos y emociones que nos hacen sentir incomprendidos, rechazados, aislados, desamparados, desatendidos, desaprobados…

La tristeza es una expresión del miedo que generalmente está conectada con la nostalgia, la impotencia, el rechazo, la impaciencia, el dolor, la apatía, la depresión y la aflicción.

El odio es la expresión con la carga emocional y la agresividad más intensa que suele ser resultado de una frustración vinculada con necesidades no cubiertas, o bien de tener que aceptar situaciones inesperadas o incómodas.  

A continuación voy a hablar de alguno de los miedos que considero más comunes. Me gustaría empezar con el miedo al abandono. Se relaciona con los pensamientos de escasez. Algo que me han enseñado hace poco y de lo que no había sido consciente hasta el momento es que no se puede abandonar a un adulto. Se puede abandonar a un niño, o a una persona dependiente con necesidades especiales. Un adulto es responsable de sí mismo y por tanto no es posible abandonarlo. La gran ironía es que en la mayor parte de las ocasiones, las personas que temen el abandono, o se sienten abandonadas por otros, en realidad se han abandonado a sí mismas. Me abandono cuando no respondo a mis necesidades, no soy capaz de detectarlas, no las satisfago directamente o bien no las expreso de forma específica cuando dependen de la ayuda de otros. El haberme abandonado implica no haber cultivado hábitos mentales y físicos saludables durante un largo período de tiempo. Uno de los primeros procesos que implica ser consciente de este autorechazo es el de reconciliarnos con nosotros mismos.

Este miedo se conecta de forma directa con el miedo al rechazo. Si pensamos que no somos los suficiente nos veremos presa de estos sentimientos. Personalmente he evolucionado muchísimo en relación a las limitaciones derivadas de esta tendencia de pensamiento. Para mí ha sido muy útil ser consciente de que dar el poder a los demás para que me rechacen proviene de no haber sido capaz de haberme aceptado yo mismo.

Muy relacionado con la anterior está el miedo a la soledad. Personalmente he usado mucho este tipo de emociones y sentimientos para autocompadecerme. La realidad es que en muchas ocasiones tememos quedarnos solos, a pesar de que tengamos un círculo de afecto amplio y sólido. De nuevo si trabajamos la relación con nosotros mismos, nunca nos sentiremos solos. Sin embargo sentirnos incómodos con nosotros mismos debe ser el primer indicador de que se hace necesario emprender un viaje de autoconocimiento y transformación personal.

Conectar con los demás es una de nuestras necesidades básicas. Estar conectados con nuestras vulnerabilidades y ser honestos nos garantiza tener relaciones sanas con los demás.

Hay un miedo extremadamente limitante: el miedo al ridículo. La vergüenza tiene una enorme capacidad para bloquearnos. Uno de los aspectos más importantes en los que personalmente creo que se ha de incidir a nivel pedagógico, es la importancia de no estigmatizar el error. Fallar no solo es algo deseable, sino algo inherente a cualquier proceso de aprendizaje. Si no aprendemos a fallar, fallaremos en aprender. Uno de las características esenciales de las personas con éxito es su resiliencia.

Muy conectado con el miedo al ridículo se encuentra el miedo al fracaso. Hay sin embargo un miedo menos evidente, y sin embargo igualmente limitante: el miedo al éxito. Tenemos la tendencia a temer lo desconocido. Somos tremendamente hábiles para adaptarnos a cualquier circunstancia. Una vez adaptados, preferimos el contexto conocido que exponernos a un nuevo proceso de adaptación. A pesar de que en principio puede parecer paradójico, creo que es muy común tener miedo al fracaso y al éxito a la vez.

También está el característico miedo a la muerte. Es muy curioso que el miedo a la muerte en la mayor parte de las ocasiones se traduzca en miedo a la vida. Tener apego a la vida nos limita. Personalmente he tenido un punto de inflexión en ese sentido. He tomado la decisión de vivir la vida como si el tiempo no fuera una limitación. Es una forma de recibir con agradecimiento lo que la cocina cósmica tenga a bien regalarme. Tengo muchos sueños, pero no voy a dejar que mis expectativas sobre un futuro incierto no me permitan oler las flores que cada día se asoman a mi vida.

Estos son solo algunos ejemplos de los miedos que quizá te limitan. ¿Cómo validar si tu miedo está fundamentado en una situación real de peligro o bien se trata de miedo neurótico? Analizando la naturaleza de los pensamientos que lo originan con ayuda del Cuestionario Socrático.

Responde a las siguientes preguntas:

– ¿Qué tipo de sentimiento es? ¿Automático?¿Rápido y sutil? ¿Difícil de reconocer?¿Negativo?

-¿Qué sentimiento experimentas una vez que estás siendo consciente de los que estás pensando?

– ¿Es del todo cierto lo que estás pensando?

– ¿Estás exagerando o dramatizando la realidad con ese pensamiento?

– ¿Tienes alguna evidencia de lo que estás pensando?

– ¿Es un pensamiento racional?

– ¿Para qué estás pensando de esta manera ahora?

– ¿Qué ventajas te da pensar de esa manera?

– ¿Qué inconvenientes tienes pensando de esa manera?

– ¿De qué otra manera podrías pensar?

– ¿Qué puedes hacer para mejorar esa idea o pensamiento?

– ¿Ese pensamiento te ayuda a avanzar?

 

Apelar a nuestros instintos primarios es el arma de manipulación más efectiva que existe. Es hacer uso de potentes sistemas químicos que tienen prioridad total en nuestro organismo. No solo es efectivo que se usen externamente, nuestro ego es buen conocedor de la capacidad que tiene el miedo para paralizarnos y hacer que le entreguemos todo nuestro poder.

Si te controlan tus miedos vas a vivir una vida de segunda. El universo no te hubiera creado si no le hicieras falta. Analiza tus limitaciones. Actúa a pesar del miedo y enviarás un mensaje claro a tu ego: soy libre.

Hacer vs. Ser

Nuestra identidad se construye desde nuestra infancia en función de nuestra conducta. A su vez, nuestro comportamiento es una respuesta en primera instancia a nuestras necesidades básicas, y en segundo lugar, a las creencias centrales con las que interpretamos los estímulos externos que denominamos realidad.

El comportamiento de nuestros progenitores durante nuestra gestación y primeros años de vida determinan la formación de nuestras creencias. El estado emocional de nuestra madre durante el embarazo determina la inercia hormonal que condicionará en gran medida nuestro carácter de por vida. El equilibrio entre los niveles de estrógeno y testosterona, por ejemplo, va a delimitar cómo conectamos y nos relacionamos con nuestra parte femenina o masculina. Una descompensación en este sentido tiene implicaciones tanto en nuestro aspecto físico, como en nuestra personalidad. Parte de lo que somos se define entonces.

Por otro lado la conducta de nuestros padres en los primeros años de nuestra vida condiciona nuestra primera interpretación de la realidad y será el origen de la construcción de nuestras creencias centrales. Se trata de las primeras verdades inherentes a nuestra existencia y al entorno con el que nos relacionamos.

En los primeros años de nuestro desarrollo llegamos a un punto en que nos hacemos conscientes de nuestra dependencia. Es un momento en el que se hace visible que nuestra integridad física se vincula con la disposición de nuestros padres. Ellos por tanto son nuestra primera forma de divinidad. Tienen un poder absoluto sobre nuestra subsistencia. Su comportamiento a partir de ese momento determinará que percibamos bien que nuestra vida corre peligro, bien que, por el contrario, podemos confiar en su apoyo incondicional.

¿De qué depende que como padres dinamicemos un estado de estrés crónico o un estado de seguridad, compenetración y conexión con nuestra estirpe? En gran medida, de nuestra propia visión de la realidad.

¿Crees que estás en peligro? ¿Tienes miedo? ¿A qué exáctamente? La primera vez que nos enfrentamos a esta disyuntiva es, como mencionaba previamente, en el momento en que nos preguntamos de qué depende que nuestros padres no nos abandonen. Este es un punto de inflexión que determina el origen de gran parte de la potencial disfuncionalidad a la que tendremos que hacer frente el resto de nuestros días.

Si de las señales y el comportamiento de nuestros padres interpretamos que nuestra integridad física depende de nuestro comportamiento, entramos de cabeza en una espiral de duda que nos lleva inequívocamente a padecer estrés crónico. A partir de entonces el “hacer” se convierte en nuestro principal enemigo. El fallo es una parte inherente al aprendizaje. La respuesta y la actitud de nuestros progenitores hacia el error va a determinar en gran medida nuestra salud emocional. Tener unos padres que entienden y celebran el error, y que proyectan que su amor no depende del comportamiento ni de las decisiones que tomemos, facilita que nuestro amor propio solo dependa del mero hecho de ser, de simplemente existirPor el contrario proyectar decepción, impaciencia o malestar ante el error, siembra la sombra de la duda constante sobre si lo que hacemos o somos es apropiado.

El nivel de consciencia entre ambas construcciones de la realidad tiene en los niños unas implicaciones sociales inmensas. ¿Qué implicaciones fisiológicas y hormonales tiene que construya una creencia central que interpreta que estoy en un constante estado de peligro? El estrés es un sistema de defensa con una serie de implicaciones concretas que tiene un único propósito: canalizar todos los recursos energéticos disponibles para emplearlos en la huida del peligro al que nos enfrentamos.

En el núcleo de la pandemia disfuncional que vivimos se encuentra el estrés crónico. Vivimos en un contexto social en el que hemos superado los peligros asociados a nuestra integridad física. En términos generales en occidente nuestra subsistencia y nuestra superviviencia no están determinadas por la escasez de alimento, ni por la exposición recurrente a peligros externos. Sin embargo parece existir una percepción general de la realidad como un lugar violento y hostil.

La sensación de constante peligro es la responsable de nuestro estrés crónico. ¿Qué implicaciones tiene vivir en un estado permanente de miedo? Muchas y variadas. En primera instancia si percibimos un estado de peligro donde se conecta el estrés, la  segregación de todas las hormonas que estimulan nuestros centros de placer se paran de inmediato. Nuestro cuerpo debe enviarnos la señal inmediata de incomodidad para que se active un estado de alerta y huida inminente. Además se concentran  los recursos físicos y se prepara el cuerpo para la huída por medio de segregación de las hormona corticotropina (CRF) y adrenalina.

Hasta aquí todo bien, ¿pero qué pasa cuando un sistema diseñado para ayudarnos a eludir un peligro puntual permanece activado en relación a una creencia central que percibe un estado constante de peligro? Pues básicamente que necesitamos una estrategia hormonal y emocional para compensar este desequilibrio.

Para compensar los altos niveles de cortisol nuestros sistemas se ven forzados a incrementar la producción de hormonas que nos generan bienestar como la dopamina, las endorfinas, la noradrenalina, la serotonina, etc…

El estrés crónico atrofia el correcto funcionamiento de nuestros centros de placer. Como cualquier otra alteración química en nuestro organismo, a largo plazo es necesario aumentar progresivamente la producción de hormonas del bienestar para tener el mismo resultado de confort.

¿Qué consecuencias tiene todo esto? Este desequilibrio químico, y dada la sobreestimulación que se requiere de nuestros centros de placer, pronto necesitamos nuevos impulsos externos que estimulen la segregación hormonal que nos hace sentir bienestar. Por tanto nuestra visión de la realidad básicamente nos hace más o menos proclives a las adicciones. Además el estrés genera el detrimento de nuestro sistema inmunitario y por tanto nos hace más vulnerables a la enfermedad.

No podemos controlar el comportamiento de nuestros progenitores. Solo podemos ser honestos con nosotros mismos y evaluar en qué medida percibimos la experiencia de la vida como una carrera hostil donde nuestras decisiones vienen determinadas por el miedo a ser aceptados, a mostrarnos vulnerables, a conectar, a amar y a ser amados.

Si la respuesta es sí, probablemente te esté siendo necesario utilizar mecanismos de compensación por medio de adicciones. Estas a su vez te generan una desconexión emocional que hace difícil conectar con el prójimo y contigo mismo, que en última instancia son la mayor fuente natural de bienestar. No solo hablamos de adicciones a sustancias químicas, quizá sean mecanismos emocionales como el control, el victimismo, la adicción al sufrimiento, o distintas dependencias sentimentales que usas para estimular tu bienestar y la sensación de seguridad y aceptación.

Desde mi punto de vista todo se reduce a erradicar la creencia central de que mi valor depende de mi comportamiento. Vivimos en un bucle donde nuestro bienestar depende de lo que se supone que debemos hacer y conseguir. Nuestra valía depende del resultado. La realidad es que lo que único que tenemos que hacer es ser. Somos una expresión del universo. Somos seres perfectos y merecemos amor por el mero hecho de existir. He pasado gran parte de mi vida perdido en la idea de que el resultado me haría ser quien anhelaba olvidando que siempre he sido perfecto, que siempre he tenido todo lo que necesitaba, que soy parte de un sistema inteligente que forma un todo genuino. He tomado la firme determinación de ser por encima de hacer. Ahora sé que no estoy en peligro y que nunca lo he estado. Solo soy, y siempre seré conciencia que en este punto experimenta la experiencia en este plano. Lo demás es historia.             

Atención e intención

La atención es una concentración voluntaria de una cantidad relevante de energía mental, emocional o física en una tarea o actividad concreta. La intención es el objetivo o propósito de tal acción.

La atención puede desconectarnos o conectarnos a nosotros mismos y a los demás. Cuando vivo en el modo automático mi atención fluctúa a menudo sin un propósito concreto y se diluye tanto en conjeturas sobre el futuro, como en revisiones del pasado.

En cuanto a la intención de las acciones hay dos impulsos básico: dar y tomar. Estoy en una profunda transformación que va de uno a otro.

He invertido mucha energía en mi vida en trata de tomar lo que deseaba de los demás. También una ingente cantidad de atención en vigilar y juzgar el comportamiento de otros, en especial de mis parejas. Juzgar y amar son acciones asíncronas. Ahora descubro que cuanto hago un uso más inteligente de mi atención tengo capacidad de crecer y crear un mundo con mayor armonía.

Las preguntas que me hago crean mi realidad. Si cambio las preguntas, cambian las respuestas. Dónde decido centrar mi atención construye la imagen que tengo del mundo. Si focalizo mi energía en apreciar los beneficios de mi contexto me convierto en un optimista.

Ser optimista alarga la vida. Así lo demuestra de forma contundente un estudio de 1991 que se realizó en 180 monjas y que relacionaba la esperanza de vida con el grado de positividad que se apreciaba en los diarios que las religiosas habían mantenido a lo largo de sus vidas. No fue posible encontrar una correlación ni con la climatología, ni con la genética, ni siquiera con la alimentación. La única relación directa que se pudo observar en cuanto a longevidad se vincula al optimismo que se apreciaba en sus escritos.

La resilencia es la capacidad de aprender y salir fortalecido de las situaciones más delicadas a las que nos tenemos que enfrentar en la vida. Para mí es sin duda otra de las claves del éxito

Vivir en armonía pasa por afinar de forma recurrente la vibración emocional que emito. En lo que a mí respecta pasa por recrear las vibraciones corporales de la compasión, la gratitud, el amor y la alegría que generan un sincronismo directo con mi psique. Para mí estos son los tonos que regulan mi integración con un nivel de consciencia ampliado.

Ya he comentado en varias ocasiones que he sido, y sigo siendo, un pensador compulsivo. Voy mejorando en este sentido, pero tengo claro que invierto demasiada energía en procesos que no tienen ni un propósito ni una intención específica. No anhelo un estado constante de atención, pero definitivamente quiero dejar de dilapidar mi energía.

Siempre he tenido mucha ansiedad con la comida. Estaba más preocupado por lo que llegaría después, que en disfrutar de ese acto tan íntimo. Para mí era un hábito común comer con alguna distracción audiovisual. Ahora, cuando me concentro en cada bocado, en los aromas, en masticar, en reconocer el milagro de cada uno de los sistemas que entran en funcionamiento cada vez que realizo esta función vital, cuando agradezco a cada alimento su disfrute y reflexiono sobre el proceso que ha existido hasta que ha llegado a mi boca, esta actividad se convierte en todo un acontecimiento. Este potencial se extrapola a cada una de las acciones en las que me comprometo a ser consciente.

También existe un cambio radical cuando cargo mis palabras de atención y de intención. Cuando concentro absolutamente toda mi energía en que cada palabra tenga un propósito. Cuando escucho “a los ojos” sin pensar en lo que voy a decir a continuación.

En todo esto, como de costumbre, hay una parte que tiene que ver con la química. Tenemos un apetito insaciable de entretenimiento. Internet ha supuesto una gran revolución en este sentido. Nuestros sistemas de recompensa se han adaptado a un medio donde existe una cantidad ingente de impactos. Los centros de placer se activan al ver algo que nos estimula, pero pasados unos segundos, el chute se desvanece y sin ningún control, nos abalanzamos hacia el siguiente. A veces no puedo ni terminar de ver un vídeo que realmente me está encantando. Soy un adicto a ese delicioso chute de inmediatez.

Este patrón de consumo de contenidos ha mermado mi capacidad de concentración y mi capacidad de atención. La meditación está siendo una auténtica desintoxicación en este sentido. Además he adoptado varios hábitos y varias rutinas que delimitan un marco más productivo. Entre ellas desconectar todos las alertas acústicas de todas las aplicaciones en el teléfono. También he optado por eliminar redes sociales que comprometen mi atención en el presente. Tengo la sensación de que esta tendencia va seguir en aumento.

He reflexionado mucho sobre esto. Me he dado cuenta de que me he autoimpuesto un ritmo de vida que en ocasiones no me permite “oler las flores”. Cuando me creo esa mentira pasan desapercibidos muchos milagros cotidianos.

Entrenar la atención y la intención están garantizando una experiencia vital con más contrastes, con más oportunidades, con más gratitud hacia muchos aspectos que se me escapaban porque estaba corriendo para conseguir lo que quería. Ahora me comporto como si el tiempo no fuera un problema. Ahora comienzo a estar más atento..

Voluntad

La voluntad es una forma de amor propio que materializa una intención específica en forma de un comportamiento o conducta. Tenemos una clara tendencia a la pereza. Mahatma Gandhi dijo que la acción expresa las prioridades. No puedo estar más de acuerdo.   

Para mí ha sido fundamental la comprensión de este fenómeno. El primer error en el que se suele incurrir en lo relativo a la voluntad es pensar que se puede ejercitar. La ciencia ha demostrado que no es posible desarrollar esta capacidad. Pero lo importante no es eso. Da igual que tengas mucha y poca voluntad, si la utilizas con inteligencia te puede llevar a donde desees. ¿Cómo? Ordenando tus prioridades.

Somos animales de hábitos. Es realmente impresionante lo fácil que es tanto adoptar como perder un buen hábito. La voluntad es la energía que nos permite adoptar nuevas rutinas. Una vez superada la fase de adaptación nuestro cuerpo y nuestra mente interiorizan el nuevo comportamiento, lo incorporan a nuestro modo automático, y lo demandan como parte inherente a nuestro proceso vital. No se ha llegado a ningún consenso en cuanto al tiempo que se tarda en adquirir un nuevo hábito. Hay dos cifras que se repiten en las recomendaciones que la psicología menciona: 21 días y 90 días respectivamente. Personalmente me ayuda delimitar un periodo específico en el que concentrar mi energía a la hora de incorporar nuevas prácticas.

El gran problema con la voluntad es que no establecemos prioridades. Somos tremendamente ambiciosos. Vivimos en una sociedad donde el grado de opciones que se nos presentan literalmente colapsa nuestra capacidad de decidir y dirigir nuestra intención. Ocurre tanto a nivel profesional como a nivel lúdico. En un contexto así y dadas las limitaciones de nuestra voluntad, tratamos de adoptar nuevos hábitos de una forma muy caótica y simultánea. El resultado no puede ser otro que la frustración y la falta de seguridad en nosotros mismos.

Hace poco que me he dado cuenta de algo tremendamente revelador: la diferencia entre fuerza de voluntad y la buena voluntad. La fuerza de voluntad es una intención que abordamos con resistencia y con violencia. Nos genera un fastidio que en ocasiones se convierte en un auténtico suplicio. Se trata de una auténtica lucha interna. A diferencia de la fuerza de voluntad, la buena voluntad es un proceso donde se acepta la incomodidad como parte inherente de cualquier transformación. Es un proceso sin resistencia que deja de amplificar la angustia del proceso por medio de su mentalización gracias a la comprensión de que se trata de un proceso de amor hacia nosotros mismos y hacia los demás. Aceptando la incomodidad como parte del proceso pedagógico.

El fenómeno del coaching literalmente ha explotado a lo largo y ancho del planeta. No es más ni menos que un síntoma de nuestra limitación a la hora de definir un plan de acción. La pregunta que ahora me hago de forma recurrente es ¿qué cambio supondría un mayor incremento en mi nivel de bienestar en mi vida? Concentro toda mi energía en ello y “aparco” el resto de deseos para más adelante.

Hay un ejercicio que se suele utilizar en coaching llamado el círculo de la vida. Lo primero que se ha de hacer es elaborar una lista con los pilares fundamentales en tu vida: el amor, la familia, las amistades, la profesión, el crecimiento personal…. Una vez elegidas dividimos un círculos en los segmentos correspondientes al número de elementos en nuestra lista. Posteriormente delimitamos el grado del 1 al 10 de cada factor en relación al estado actual en este preciso momento de tu vida. El 10 se vincula con un estado ideal de ese aspecto que has definido como relevante en tu vida. El 1 con una necesidad imperiosa de mejorar en ese tema.  Una vez definida la matriz, pasaremos a elegir cuál es el aspecto al que tenemos que atender con más urgencia.

Ahora que ya tenemos un mapa de nuestras prioridades y hemos elegido el aspecto que tiene mayor importancia en nuestra vida, se ha de definir un plan de acción. Es importante establecer objetivos realistas, muy específicos, y definir un plazo para su consecución.

Me gustaría acabar con una frase que siempre me ha encantado en lo relativo a prioridades: “Si es de verdad importante para ti encontrarás un camino. Si no lo es, encontrarás una excusa”. ¡Basta de excusas!

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Sincronía

Se trata de un fenómeno predominante en la naturaleza: la profunda tendencia espontánea hacia el orden. Es posible detectarlo desde niveles subatómicos hasta en el comportamiento del propio universo. Se trata de toda una ley universal.

Es evidente que nos afecta a nivel personal y grupal de forma contundente. ¿Cómo? Creo que a varios niveles.

A nivel químico los neurotransmisores, los neuropéptidos y las hormonas sincronizan nuestros pensamientos con lo que sentimos. Los neurotransmisores transforman la información química que hace que nuestro sistema nervioso y nuestro cerebro se puedan comunicar. Los neuropéptidos son los mensajes, se generan en el hipotálamo y se transmiten por medio de la glándula pituitaria para posteriormente ser liberados con instrucciones específicas para el resto del cuerpo. Viajan por el torrente sanguíneo y se adhieren a las células de distintos tejidos (principalmente a las glándulas). Estas a su vez generan hormonas que nos inducen a sentirnos de una forma en particular.

Por tanto, a partir de una serie de pensamientos se produce toda una cascada química que nos hace experimentar una sensación específica. De esta forma podemos identificar las sensaciones de alegría, gratitud, tristeza, gratitud…

Pero ahora viene lo bueno: lo que funciona en un sentido, funciona en el otro. Llevo ejercitando por medio de la meditación el camino contrario. En base a nuestra experiencia es posible evocar sensaciones corporales específicas. Cada mañana reproduzco la sensación de la compasión, la gratitud, el amor y la alegría. Esta carga química que estimulo por medio de mis sensaciones físicas me prepara mentalmente para tener una inercia hacia el pensamiento positivo y la conexión con un estado de serenidad. Desde hace un tiempo trato de ser muy consciente de las sensaciones físicas cuando experimento bienestar para poder replicarlas de forma muy concreta.

La sincronía entre lo gestual y lo emocional no es algo nuevo. Siempre se ha dicho que si quieres sentir alegría basta con que sonrías. Un dato curioso en este sentido, por ejemplo, se descubrió al estudiar a corredores ciegos de nacimiento. A pesar de que nunca habían visto a nadie levantar los brazos al llegar a la meta, reproducían este gesto como expresión de la euforia de la victoria. Si tienes una entrevista de trabajo enciérrate en un servicio y reproduce este gesto durante dos minutos. Tu cuerpo producirá las sustancias químicas que te harán sentir más seguro.

Otro aspecto de la sincronicidad es la entropía. Es un principio procedente de la termodinámica que anticipa que si dos trozos de metal a distinta temperatura se juntan, existirá una tendencia a equilibrar la temperatura entre ambos. Básicamente es un principio por el que el universo tiende a distribuir la energía uniformemente.

Nuestro estado emocional no es más que una vibración energética específica. Creo que es evidente que este mismo principio sucede en lo relativo a nuestras interacciones personales. La emoción predominante se contagiará al resto.

Me pregunto muchas veces hasta qué punto y en qué escalas nos afecta ese principio. Creo que la proximidad entre las fuentes de energía es evidentemente relevante, pero quizá hay niveles emocionales que provienen del inconsciente colectivo a escala local y a escala global. Creo que la política del miedo mediático nos mantiene en un estado de alerta que impide que la esperanza, el optimismo, la compasión,  la paz y la ilusión tengan más espacio en el planeta.

Una actitud es una serie de pensamientos conectados a un sentimiento, o viceversa. Si crees que necesitas cambiar de actitud, prueba a cambiar de pensamientos.

Tenemos tendencia a alinearnos, nos atraemos los unos a los otros. Creo que las redes sociales ponen en evidencia este fenómeno. Nicholas Christakis realizó un estudio en el que se determinaba el grado de influencia que tienen sobre nosotros los comportamientos de nuestros amigos. Si tienes amigos obesos, tu riesgo de serlo es 45% mayor que si no lo fueran. Si los amigos de tus amigos son obesos, el riesgo de que tú tengas obesidad es 22% mayor; y si los amigos de tus amigos de tus amigos son obesos, tu riesgo es 10% mayor. El estudio se realizó en relación a la obesidad, el tabaquismo, el divorcio y la felicidad con semejantes resultados. Nuestro comportamiento por tanto es una poderosísima influencia en los demás, para bien y para mal. Más nos vale ser responsables.

Carl Jung acuñó el término de “Sincronicidad” referida a «la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal». En otras palabras, definía un marco en el que existía una correlación entre eventos sin una causa concreta. Todos hemos experimentado cómo personas o acontecimientos llegaban “mágicamente” a nuestras vidas justo en el preciso momento en el que las necesitábamos. Nos incomoda hablar de ello ya que tememos percibir un falso misticismo en lo que puede ser una mera casualidad. En base a mi experiencia, y en relación a una cuestión meramente probabilística, mi impresión es que la cocina cósmica nos prepara precisamente lo que necesitamos con un tempo muy preciso.

Voy a acabar con una reflexión relativa al sincronismo. Tiene que ver con una metáfora que escuché en una charla de Emilio Carrillo  relativa a tres páginas que dedicó Nietzsche en Así habló Zaratustra a la descripción de la transformaciones y la evolución del espíritu humano. En ellas se habla de tres estadios por los que el alma ha de evolucionar: el camello, el león y el niño.

El camello representa a un hombre obediente que acepta las creencias que se han forjado a lo largo de su vida. Su joroba está cargada con los valores de otros. Como decía Emilio, es un hombre que vive en el “debo” y en el “tengo”, un ser que nada a contracorriente en el río de la vida.

El camello que llega a nivel superior de consciencia se convierte en León. Es un punto en que existe un impulso que trata de liberarse de la moral predominante. Se trata de un ejercicio de autodeterminación. Es un alma que vive en el “quiero”, un espíritu que ha comenzado a nadar a favor de la corriente.

Por último el niño es un punto donde el ser se ha librado del sentimiento de autosuficiencia. Es un lugar donde es posible vivir libre de prejuicios y donde se genera una nueva tabla de valores. El niño es juego, es inocencia, es un ente creador espontáneo. Es el momento en el que dejamos de nadar en el río y nos dejamos llevar por la corriente hasta que entendemos que somos el mismo río.

Si todo tiende al equilibrio y al orden, no debemos tener miedo a fluir en el río de la vida. Empeñarnos en nadar solo va a dejarnos agotados y va a aplacar nuestra capacidad de crear y de amar de forma saludable. No lo confundamos con pasividad, es la responsabilidad de vibrar en un estado donde proyectemos, amplifiquemos y generalicemos la serenidad, la confianza y el amor..

Mente ≠ Espítiru

Recientemente me he dado cuenta de la diferencia entre saber y comprender. Creo que saber tiene que ver con ser consciente de algo que antes desconocía. Comprender sin embargo para mi implica una respuesta ante esta toma de consciencia.  Se trata de una transformación necesaria para ser coherente con el nuevo conocimiento que he adquirido.

En los últimos meses he comprendido varias cosas que ya sabía. La más reciente tiene que ver con la diferencia entre el mundo espiritual y el mundo emocional.

Las emociones tienen que ver con procesos tanto conscientes, como inconscientes. Los pensamientos son el origen de toda emoción. A su vez estos se articulan a través de nuestras base de creencias. Estas se vertebran a través de varios componentes. Entre ellos: lo que hemos visto y hemos oído repetidamente a lo largo de nuestro infancia y desarrollo (con especial relevancia del comportamiento de nuestros padres, entre ellos, y con nosotros), los acontecimientos de intensa carga emocional en nuestro vida (situaciones traumáticas, muertes, enfermedades, comportamientos violentos etc…) y por último la carga genética que heredamos. En lo relativo a este último aspecto, la ciencia no tiene muy claro hasta qué punto la carga genética condiciona nuestra base de creencias. Hay quien opina que es un 5%, otros un 50 %. Personalmente creo que no tiene mucho sentido delimitar hasta que punto nos condiciona este aspecto. Creo que la genética es una aspecto relevante, ya que considero posible que a nivel celular se puede transferir una inercia hormonal que proviene de sentimientos cronificados en nuestros antecesores.

A diferencia de las emociones, la espiritualidad poco o más bien nada tiene que ver con los procesos cognitivos. Desde mi punto de vista tiene que ver con una aproximación a una verdad no filtrada por la mente. Se trata de un proceso de integración con el concepto de unidad.

Por tanto el entrenamiento emocional, y el entrenamiento espiritual, no son lo mismo. Los dos suponen un proceso evolutivo, cada uno en distintos aspectos. Además son totalmente complementarios y creo que el uno sin el otro tienen poco sentido.

En este sentido experimento una tremenda gratitud al ser consciente de una limitación enorme que he tenido a la hora de comprender  la realidad. Me he dado cuenta de que me he pasado la vida tratando de explicar a través de la mente. Cuando pienso, pienso “acerca de”, es decir, fragmento una entidad y elijo uno de sus aspectos para dar sentido al conjunto. Cuando pienso acerca de alguien o de algo, pienso en algún aspecto específico de ese algo o de ese alguien. Puedo seleccionar un rasgo de su carácter, como su intolerancia o su sentido del humor, su sentido estético, su torpeza. La revelación ha sido ser consciente que no se puede comprender nada a través de la fragmentación de sus partes, ya que la totalidad de las mismas es básicamente infinita. Por tanto es del todo ingenuo aproximarse a la comprensión de una entidad extrapolando la interpretación de uno de sus fragmentos a su totalidad.

Y es aquí donde aparece una palabra clave: interpretación. Nuestra verdad no es más que una interpretación de ese fragmento filtrada por nuestra base de creencias. Hacemos juicios en base a interpretaciones subjetivas, lo que no tiene ningún tipo de rigor.

¿Para qué sirven los juicios? Creo que los utilizamos para validar nuestras creencias.  En este sentido podemos realizar dos clasificaciones básicas en lo que a perfiles psicológicos se refiere: los que tienen una tendencia a la neurosis, y los que la  tienen a los trastornos de personalidad. El neurótico generalmente se siente responsable de todo lo “malo” que acontece en su vida. Se castiga y se siente culpable de su dolor. Las personas con trastornos de la personalidad sin embargo suelen responsabilizar al resto de personas o circunstancias de su sufrimiento. Esta aproximación es más propia de complejos narcisistas. En cualquier caso  ambos son manifestaciones de una falta de amor y expresiones de separación y desconexión.

Esta actitud vital no se produce en términos absolutos, y es posible la convivencia entre ambas predisposiciones, pero generalmente una de ellas prevalece en términos generales.

 El neurótico por tanto, va a hacer juicios que le sitúen en condición de inferioridad sobre el resto de personas con objeto de autoafirmar sus creencias. Las personas con trastornos de la personalidad a diferencia de los neuróticos, van a tener una tendencias a realizar juicios que potencien su valía a través de las descalificación y la condición de inferioridad de las personas que se crucen.

En ambos casos detrás de estas conductas no hay más que una falta de amor propio y una dificultad para aceptarse a uno mismo.

En contraposición a todo lo anterior, el entrenamiento de la “no mente”, supone experimentar la vida sin necesidad de un constante juicio de la realidad. Si “apagamos” la mente, y experimentamos la vida sin necesidad de interpretar, nos conectamos a un estado de consciencia donde no es relevante validar nuestras creencias, y nuestra individualidad para a una segundo plano. Entrenar esta capacidad abre un espacio donde experimentar el concepto de unidad. Un plano donde no es necesario separarme del prójimo para validar mi identidad.

Si estamos equipados de una mente, es que la mente tiene sentido. No quiero que se malinterpreten mis palabras. El pensamiento ocupa un lugar esencial en lo que somos, pero personalmente elijo que no sea mi única fuente de comprensión dadas las limitaciones mencionadas anteriormente. La virtud será por tanto encontrar el equilibrio entre el tiempo que ocupa la mente y la no mente,  lo emocional y  lo espiritual en nuestras vidas..