La atención es una concentración voluntaria de una cantidad relevante de energía mental, emocional o física en una tarea o actividad concreta. La intención es el objetivo o propósito de tal acción.

La atención puede desconectarnos o conectarnos a nosotros mismos y a los demás. Cuando vivo en el modo automático mi atención fluctúa a menudo sin un propósito concreto y se diluye tanto en conjeturas sobre el futuro, como en revisiones del pasado.

En cuanto a la intención de las acciones hay dos impulsos básico: dar y tomar. Estoy en una profunda transformación que va de uno a otro.

He invertido mucha energía en mi vida en trata de tomar lo que deseaba de los demás. También una ingente cantidad de atención en vigilar y juzgar el comportamiento de otros, en especial de mis parejas. Juzgar y amar son acciones asíncronas. Ahora descubro que cuanto hago un uso más inteligente de mi atención tengo capacidad de crecer y crear un mundo con mayor armonía.

Las preguntas que me hago crean mi realidad. Si cambio las preguntas, cambian las respuestas. Dónde decido centrar mi atención construye la imagen que tengo del mundo. Si focalizo mi energía en apreciar los beneficios de mi contexto me convierto en un optimista.

Ser optimista alarga la vida. Así lo demuestra de forma contundente un estudio de 1991 que se realizó en 180 monjas y que relacionaba la esperanza de vida con el grado de positividad que se apreciaba en los diarios que las religiosas habían mantenido a lo largo de sus vidas. No fue posible encontrar una correlación ni con la climatología, ni con la genética, ni siquiera con la alimentación. La única relación directa que se pudo observar en cuanto a longevidad se vincula al optimismo que se apreciaba en sus escritos.

La resilencia es la capacidad de aprender y salir fortalecido de las situaciones más delicadas a las que nos tenemos que enfrentar en la vida. Para mí es sin duda otra de las claves del éxito

Vivir en armonía pasa por afinar de forma recurrente la vibración emocional que emito. En lo que a mí respecta pasa por recrear las vibraciones corporales de la compasión, la gratitud, el amor y la alegría que generan un sincronismo directo con mi psique. Para mí estos son los tonos que regulan mi integración con un nivel de consciencia ampliado.

Ya he comentado en varias ocasiones que he sido, y sigo siendo, un pensador compulsivo. Voy mejorando en este sentido, pero tengo claro que invierto demasiada energía en procesos que no tienen ni un propósito ni una intención específica. No anhelo un estado constante de atención, pero definitivamente quiero dejar de dilapidar mi energía.

Siempre he tenido mucha ansiedad con la comida. Estaba más preocupado por lo que llegaría después, que en disfrutar de ese acto tan íntimo. Para mí era un hábito común comer con alguna distracción audiovisual. Ahora, cuando me concentro en cada bocado, en los aromas, en masticar, en reconocer el milagro de cada uno de los sistemas que entran en funcionamiento cada vez que realizo esta función vital, cuando agradezco a cada alimento su disfrute y reflexiono sobre el proceso que ha existido hasta que ha llegado a mi boca, esta actividad se convierte en todo un acontecimiento. Este potencial se extrapola a cada una de las acciones en las que me comprometo a ser consciente.

También existe un cambio radical cuando cargo mis palabras de atención y de intención. Cuando concentro absolutamente toda mi energía en que cada palabra tenga un propósito. Cuando escucho “a los ojos” sin pensar en lo que voy a decir a continuación.

En todo esto, como de costumbre, hay una parte que tiene que ver con la química. Tenemos un apetito insaciable de entretenimiento. Internet ha supuesto una gran revolución en este sentido. Nuestros sistemas de recompensa se han adaptado a un medio donde existe una cantidad ingente de impactos. Los centros de placer se activan al ver algo que nos estimula, pero pasados unos segundos, el chute se desvanece y sin ningún control, nos abalanzamos hacia el siguiente. A veces no puedo ni terminar de ver un vídeo que realmente me está encantando. Soy un adicto a ese delicioso chute de inmediatez.

Este patrón de consumo de contenidos ha mermado mi capacidad de concentración y mi capacidad de atención. La meditación está siendo una auténtica desintoxicación en este sentido. Además he adoptado varios hábitos y varias rutinas que delimitan un marco más productivo. Entre ellas desconectar todos las alertas acústicas de todas las aplicaciones en el teléfono. También he optado por eliminar redes sociales que comprometen mi atención en el presente. Tengo la sensación de que esta tendencia va seguir en aumento.

He reflexionado mucho sobre esto. Me he dado cuenta de que me he autoimpuesto un ritmo de vida que en ocasiones no me permite “oler las flores”. Cuando me creo esa mentira pasan desapercibidos muchos milagros cotidianos.

Entrenar la atención y la intención están garantizando una experiencia vital con más contrastes, con más oportunidades, con más gratitud hacia muchos aspectos que se me escapaban porque estaba corriendo para conseguir lo que quería. Ahora me comporto como si el tiempo no fuera un problema. Ahora comienzo a estar más atento..